18 feb 2014

En contra del talle "normal"


Mido un poco menos de un metro sesenta. Centímetro en mano, contabilizo 87 de busto, 80 de cintura y 96 de cadera. Por default, cada vez que entro a un local de ropa pido talle Large, y hay varias famosas marcas que decidí no volver a pisar, después de haber comprobado que incluso ése talle es para las dimensiones de una nena de 12 años. Y si lo que tengo que comprar es una malla, directamente P-E-S-A-D-I-L-L-A: jamás coinciden las dos partes del bikini y para lograr que la inferior me cubra mínimamente las partes, la de arriba me sobra como una bolsa.
Que levante la mano la mujer a la que nunca le pasó de no encontrar talle. A todas, todas mis amigas les pasó. Algunas siguen insistiendo, peleándose y frustrándose. Pero la mayoría, como yo, resignaron marcas y aprendieron a conformarse con las que son “para ellas”.
Parece que el de los talles es un problema global. En España se armó un escándalo porque una conocida marca de indumentaria decidió darles a las “rellenitas” la oportunidad de vestirse con la misma ropa “de vanguardia” que las chicas de maniquí. Hasta aquí, muy bien la idea, pero el problema fue… que el talle más chico de esta nueva línea especial es el 40. Entonces, se desataron las críticas: ¿se puede considerar que un 40 es un talle grande?
En la Argentina, no existe una ley nacional de talles. Hay leyes locales en sólo siete provincias, y su cumplimiento es además dificultoso y dispar. El mes pasado, en la provincia de Mendoza, varias de las Reinas Nacionales de la Vendimia –una de las celebraciones más tradicionales del país—posaron con carteles para concientizar sobre la ley provincial, que se aprobó en julio. En los distritos más importantes, como la Capital Federal y la provincia de Buenos Aires, las leyes de talles ya tienen varios años. Pero los talles para todas no llegan a todas las boutiques.
¿Por qué pasa esto? En su sitio web, la fundación Mujeres en Igualdad, que viene trabajando intensamente desde hace años en este tema, explica que las marcas se niegan a acatar las reglamentaciones, incluso a pesar de las multas, alegando motivos económicos: que es más caro fabricar talles grandes y que no existe en el país una moldería para esas proporciones. “Las marcas diseñan para un solo target: la ‘mujer ideal’. Prefieren fabricar pocos talles, entre el 38 y el 42, para que sus modelos ‘luzcan’”, apunta la fundación.
Hace unos días, mi prima me contó que a su hermosa hija de casi ocho años, una vendedora de un local de ropa infantil le dijo que no le iba la campera que le habían regalado porque “es gorda”. A mi hija, de la misma edad, he llegado a comprarle ropa talle 14 para que le entre. No es sólo femenino el problema. Este fin de semana, padecí una verdadera odisea con mi hijo de cinco en un shopping para conseguirle un pantalón de jean: todas las marcas parecen diseñar para niños esqueléticos. Recién en el quinto local encontré un modelo que considerara que un nene de preescolar puede ser robusto.
El episodio de los niños me encendió una lamparita de alarma. Me parece que el problema con este problema, valga la redundancia, es que nos acostumbramos a él. Y que aceptamos que, si existe un talle “especial”, existe un talle “normal”. Ahí está el tema. Sí hay talles más “comunes” porque son los que lleva la media, pero que algo sea común o extendido no significa que sea normal. No es anormal una nena de ocho años que no entra en un 8 o un 10, ni una adolescente L, ni una mujer que necesita un 50 de pantalón. Sería bueno que las empresas entendieran que cuanto más inclusivas sean, más posibilidades de ganar clientes tendrán. Si hubiera talle para mí, yo quizás volvería a entrar a alguna de las marcas que excluí de mi lista. Mientras tanto, como consumidora, ejerzo mi boicot a las que, sutil o explícitamente, me quieren decir que soy “anormal”.

Esta nota se publicó originalmente en Disney Babble Latinoamérica

Cómo cuidar un corazón


Ya los vi varias veces, caminando por las calles de mi barrio. No puedo calcular cuántos años tienen, pero son muchos. Están en esa franja etaria en que, realmente, ese dato tampoco importa demasiado. Serán 80 y largos o 90 y cortos, lo concreto es que deben llevar juntos más de medio siglo. O quizás no, se encontraron en la madurez o la vejez, pero mi prejuicio –o la funcionalidad para mi pensamiento—me obstina en decir que ese señor y esa señora han compartido toda una vida.
Así me los imagino cuando me los cruzo a los dos, caminando despacito por la vereda, arrastrando los zapatos. Siempre van agarrados de un brazo, y con el otro cada uno sostiene su bastón. Esa imagen me parece maravillosa, la síntesis perfecta del amor. Apenas pueden tenerse en pie, pero juntos se sostienen.
En estos días en que los mensajes de San Valentín nos bombardean, esta pareja de ancianos me hizo reflexionar sobre la definición del amor. Dicen que el amor no dura más de tres o siete años, según la investigación científica o la película que aborde el tema. Mi amiga Kiwi esbozó hace tiempo una teoría que entonces me parecía maravillosa: hay que casarse de inmediato, al comienzo del amor y no al final, con ese hombre al que una conoció la semana pasada, decía, “cuando todo está aún por delante y no a punto de acabar”.
No estoy tan de acuerdo ahora. ¿Es más fuerte el amor del primer flechazo o el amor sostenido tras una larga convivencia? ¿No es mucho más fácil amar cuando sólo somos dos apenas conociéndonos, que cuando somos dos más los hijos, los padres, los hermanos (y hermanas y cuñados y cuñadas), los amigos, el trabajo, los vecinos, el perro, la hipoteca, los impuestos que pagar? ¿No hay más enamoramiento en volver a elegirnos cuando se peinan canas, las estrías nos recuerdan los embarazos, los kilos de más no se quieren ir y las arrugas empiezan a trazar el nuevo mapa de nuestro rostro?


Recordé la frase que el rey le dice a Anastasia en Cenicienta 3, antes de regalarle el caracol que encontró con la reina cuando se conocieron, y que para él simbolizaba la “fuerza más poderosa”, la del amor verdadero. “La reina también me pisoteaba, pero cómo cuidó mi corazón”. Quizás esa sea la forma de preservar el amor: aprender a cuidar el corazón del otro. Entender que las personas vamos cambiando, que el amor va mutando, y que hay que buscar nuevas formas de encontrarse y de amarse. Ojalá pueda seguir hallándolas y dentro de muchos años caminar por la calle con mi marido, bastoncito en mano, como mis vecinos. 

Esta nota se publicó originalmente en Disney Babble Latinoamérica

11 feb 2014

"Bikini bridge": una broma peligrosa



Fue el tema de la semana y llegó a los titulares de varios importantes medios internacionales. Una nueva moda peligrosa prolifera en Internet: el bikini bridge, o puente del bikini, una nueva denominación para referirse al hueco que la bombacha del bikini forma sobre las caderas de una chica tan flaca a la que le sobresalen los huesos y su panza pasó de chata a cóncava por su delgadez.
De pronto, todos estábamos hablando de eso. Y en realidad fue un invento. Tal moda no existía. O al menos, no existía hasta ahora.
Esto del bikini bridge surgió en 2009 en algunos cerradísimos foros donde se encuentran virtualmente jóvenes con trastornos alimentarios, los llamados “Pro Mía” y “Pro Ana” (que fomentan respectivamente la bulimia y la anorexia). Era algo de un círculo muy pequeño y específico.
Pero a principios de este año, a un usuario de 4chan, otro foro famoso por crear inventos virtuales, se le ocurrió inventar que el bikini bridge era una moda que las chicas empezaron a perseguir masivamente, como el thigh gap, una que sí existe y que obsesiona a muchas mujeres para conseguir un hueco entre las piernas.
“Todos vayan a Twitter y sólo tipeen #bikinibridge”, escribió. Fue el puntapié. Otro usuario anticipó lo que se vendría: “Esto es sólo el comienzo. Piensen en lo que va a ser en un mes. Dos meses. ¿Tres meses? Esto va a ser fantástico”.
No hizo falta tanto. En sólo 15 días, el bikini bridge ya era un fenómeno viral. El hashtag se expandió por Facebook, Twitter e Instagram, y para darle credibilidad sus impulsores incluso escribieron post en sitios como Buzzfeed hablando de la nueva moda. Hasta que se descubrió que todo era un invento.
Pero la broma puede no salir gratis. En todo el mundo, especialistas en salud y trastornos alimenticios ya encendieron la alarma. Este chiste viral masificó una condición física que tienen algunas mujeres, pero que de ninguna manera debe volverse en obsesión. ¿Cuántas chicas jóvenes pueden discriminar fake de realidad? ¿O, peor, a cuántas les importa que la moda del bikini bridge no exista? Hoy ya hay decenas de cuentas en Twitter y páginas de Facebook relacionadas con esto. No era moda: ahora lo es. Hablemos en tres meses, como decía el usuario de 4chan. Apuesto a que la panza ultra-super-mega chata se va a convertir en un mandato más para alcanzar un cuerpo supuestamente “perfecto”.

Sin saber nada de todo este fenómeno que disparó Internet –y que también interroga sobre sí misma al exponer los riesgos de la información mal utilizada en la red–, mi hija me hizo un comentario anoche. Le llamó la atención ver en la colonia, con la malla, a algunas de sus compañeras con la panza “muy flaca”. Hablamos del tema. Y de que la panza es una parte más del cuerpo y que están los que la tienen muy chata, los que tenemos pancita, los que la tienen un poco más grande… Todos somos diferentes, como en el color de pelo, los ojos o la altura. Nada más que eso. Que el cuerpo no tiene que ser, nunca, un “puente” que nos separe de los demás.

Esta nota se publicó originalmente en Disney Babble Latinoamérica


Atención parcial continua: el nuevo "mal de época"


Todos los años, al acercarse las vacaciones, siempre me he sentido entusiasmada por qué libro voy a leer en esos días de descanso. Ya de chica, le pedía a Papá Noel libros para ocupar las tardes en casa en los dos meses sin clases que tenía por delante: veranos inolvidables en los que devoré Mujercitas Tom Sawyer. Seguí haciéndolo de grande, eligiendo por lo general alguna novela gorda y entretenida –guardé varios Harry Potter especialmente para el período estival–. Pero este año, me sorprendí con la pila de libros stockeados: necesitaría los dos años de vacaciones de Julio Verne completos para poder terminar tantas páginas.
“Tantos libros… ¡tan poco tiempo!”, decía una remera que le vi una vez puesta a un escritor. Y nunca más cierto que este verano. Siempre me encantó leer: acostada en la cama con la luz del velador, la lectura me desenchufa del estrés y me transporta a otros mundos. Pero este año que pasó llegaba a la cama tan cansada que apenas me alcanzaba para apagar la luz y desmayarme. Y cuando tenía un poco de fuerzas, me costaba como nunca concentrar mi atención en el texto que tenía delante. Así, acumulé tantos libros porque son los que me quedaron pendientes. Los que compré esperando poder leer, los que me regalaron, los que me prestaron.
Para no deprimirme, me acabo de enterar que esto es un nuevo mal de época, que afecta a nativos e inmigrantes digitales, y que ya le pusieron nombre: la “atención parcial continua”. Una nota en el diario El País lo graficaba con cifras españolas, pero que pueden extrapolarse a cualquier país de América Latina. A diferencia de lo que postulan los teóricos del apocalipsis de la letra escrita, cada vez leemos más. Leemos mails, leemos noticias –más online que impresas–, leemos posteos en Facebook, leemos tweets, leemos mensajes instantáneos en el chat y en el celular…. El problema está en la calidad de nuestra lectura. Porque este proceso de lectura se da en un contexto de multitasking.
Leemos mientras hacemos otra cosa, ya sea ver la televisión, escuchar música o ir de una pantalla a la otra. Atendemos muchas cosas, pero de manera superficial. Y si lo que estamos leyendo es un e-book, la posibilidad de distraernos es mucho mayor que si leemos un libro impreso. En otra nota que vi en estos días en The New York Times, dos escritores apuntaban a esto para cuestionar los libros electrónicos, y aseguraban que el e-reading (la lectura digital) es muy distinta de la p-reading (la lectura impresa). A mí me pasa. Cuando leo un e-book, me disperso más: busco una palabra en el diccionario, o una referencia, o una canción que me dieron ganas de escuchar. Con el libro de papel, para hacerlo hay que levantarse de la silla. Entonces, mejor no lo hago.
Y todo esto nos lleva al nuevo problema de la “atención parcial continua”. Podría explicarse así. Nuestra capacidad de atención es de un 100%. Si hacemos más de una cosa a la vez, no se suma atención: no es que tengo 100% puesta en la lectura del libro más 20% en la canción que escucho más 30% en lo que busco en Internet y contabilizo 150%. El 100% de mi atención lo divido en esas tres actividades: pongámosle 65%, 20% y 15%. Además, en esta “multitarea”, nuestra capacidad lectora se va modificando. Aprendemos a leer en diagonal, salteándonos lo que no nos interesa, siempre apurados, intentando ganar tiempo. Hace unos días, me horroricé cuando me di cuenta de que ya estaba haciendo eso hasta en los videos: paso cuadro por cuadro en YouTube para dar con lo que estoy buscando. Cuando había que darle fast-forward al cassette, claro, era mucho más complicado.


Así que, en épocas modernas, la lectura profunda quedó para las vacaciones. ¿Me alcanzará esta vez tan poco tiempo para tantos libros? 

Esta nota se publicó originalmente en Disney Babble Latinoamérica

El mensaje de la mujer más fea del mundo


Lizzie Velásquez tiene 25 años y pesa sólo 29 kilos. Sufre un rarísimo síndrome, del cual apenas existen dos casos en el mundo, que le impide ganar peso, coma lo que coma. Lo que para muchas mujeres podría ser un sueño, para Lizzie fue una pesadilla. Hace ocho años, las imágenes de la joven Lizzie se expandieron en las redes sociales. Bajo las fotos que la mostraban verdaderamente piel y hueso -tiene además un problema notorio en el ojo derecho: no ve nada- le colgaron la leyenda de “la mujer más fea del mundo”. Y como ella recuerda hoy, entre centenares de groserías, la invitaron a pegarse un tiro en la cabeza para librar al mundo de tanta fealdad.
Lizzie volvió a explotar en las redes sociales en estos días. En diciembre, dio una conferencia TED en Texas que inmediatamente se viralizó en YouTube. En poco menos de 15 minutos, Lizzy da una clase demoledora de lo que es la resiliencia, esa capacidad que todos los seres humanos tenemos, en mayor o menor medida, de sobreponernos a las situaciones adversas y salir adelante de ellas.
Lizzy, la beba que nació casi sin líquido amniótico y de quien los médicos dijeron que nunca podría hacer nada por sí misma, cuenta que en el jardín de infantes no entendía por qué los otros niños no se acercaban a ella y la veían como un monstruo. También cuenta que tuvo que lidiar con el bullying y que cuando leyó las barbaridades que escribían sobre ella en la Web, lloró y lloró y lloró.
Y de repente, levantó la cabeza. Y encontró en esos insultos un estímulo para salir adelante. Decidió que iba a formar una familia, a estudiar una carrera universitaria y a convertirse en oradora motivacional. A eso se dedica hoy Lizzie, graduada en comunicación, autora de tres libros, y a quien ahora, en Internet, ya varios la han nombrado “la mujer más bella del mundo”.
En la charla TED, Lizzy invita a su auditorio, mayormente femenino, a encontrar en los problemas un aliciente para ir hacia adelante. Pero lo que a mí me resultó más motivador de su mensaje es una pregunta que repite varias veces: “¿Qué es lo que te define?”.
Si tuviera que responder la pregunta, diría que mis logros, en coincidencia con lo que dice Lizzie, y también mis fracasos. Pero ella señala otra cosa en el primer puesto de su enumeración: nos definen nuestras metas. Lo que somos nos define, claro, pero más nos define lo que queremos ser. Y allí entra en juego la resiliencia: la capacidad de adaptación, y también la posibilidad de cambio. Entender que lo que fuimos quizás ya no es. Que podemos ser y somos distintos. Como Lizzie, a quien finalmente todos pudimos verle su belleza. 

Esta nota se publicó originalmente en Disney Babble Latinoamérica

3 feb 2014

Consejos para cuidar la playa


Cada verano, cuando podemos acercarnos al mar, millones de latinos y extranjeros nos metemos fascinados a nuestros generosos Atlántico y Pacífico. Pasamos la rompiente y avanzamos, confiados, a sumergirnos en la frescura que la naturaleza nos regala con generosidad. A veces con frío, como en el sur, a veces tibio, como en el Caribe, amamos flotar, desafiar las olas, nadar o dejarnos mecer por la marejada. Como un ritual pagano, nos quedamos hasta tarde para ver ponerse el sol y cambiar los colores del cielo. Dormimos con las ventanas bien abiertas para escuchar el arrullo infinito, constante, que nos da la seguridad casi materna de que todo va a estar bien. ¿Alguna vez te preguntaste cómo podés ayudar?
Las dos fuentes principales de contaminación del mar son la basura y las aguas negras o servidas, provenientes del uso industrial, comercial y hogareño del agua potable en las ciudades.
No todas las localidades cuentan con plantas de tratamiento de aguas, así que muchos de los vertidos aún se realizan directamente al mar o a los ríos, que también desembocan en los océanos. En casa, colaboramos cuando cuidamos el uso del agua potable o cuando no tiramos basura o aceite por los desagües: los papeles sanitarios deben ir a un cesto y el aceite es recomendable acumularlo en botellas que van a la basura común para ser enterradas. En algunos lugares, también se ofrecen programas de reciclado de aceite para producción de biocombustible. En tanto, las actividades industriales también deben ser monitoreadas por ciudadanos y gobiernos.
El otro gran enemigo de los mares es la basura que generamos. Los plásticos, pensados para el uso efímero, son un veneno mortal para nuestra salud y la de la fauna marina. Tal como señala la organización Surfrider Foundation Argentina, “se debe recordar que el plástico nunca se degrada, por lo que constituye el enemigo número uno del océano, ya que lo asfixia y no permite que oxigene el 70 % del aire que respiramos”. 
A continuación, resumo los puntos más importantes de lo que deberíamos incorporar y evitar para contribuir con el cuidado de la playa de una guía muy completa sugerida por el grupo de ciudadanos de “Conserva tu playa”, con sede en Mar del Plata y el apoyo mundial de la Oceanforce Foundation:
  1. Los corales sirven de protección a muchas especies y las conchas marinas contribuyen a hacer playa por eso es importantes que no los coleccionemos en casa, sino que los dejemos en su contexto natural.
  2. Lo mismo aplica a cangrejos vivos, son los mejores aliados de la limpieza en las playas. No tapemos los huecos que crean para sobrevivir.
  3. Bajo ningún concepto arrojar basura en el mar. Esto incluye: latas (los animales las usan como refugio y se cortan), plásticos (los animales se enredan en ellos o los confunden con alimento), desperdicios de comida (aunque no lo crean, contamina).
  4. ¿Sabías que hacer las necesidades fisiológicas en el mar aumenta la contaminación biológica?
  5. Nunca introducir al mar sustancias químicas tóxicas, contaminantes o de carácter explosivo.
  6. Pescar con dinamita o métodos no selectivos contribuye a la extinción de las especies.
  7. No navegar muy cerca de los bañistas en motos marinas o lanchas (el combustible que vierten al agua afecta la salud).
  8. Tampoco sacar del agua las medusas o aguamalas (éstas son un buen alimento para tortugas y otras especies marinas).
  9. Cambiar el aceite de las lanchas fuera del agua (el aceite que se derrama es muy dañino).
  10. No alimentar a los animales silvestres porque estos se pueden intoxicar.
  11. Evitar las fogatas, su luz desorienta a los animales y el fuego quema muchos microorganismos útiles.
  12. Usar solamente bronceadores o bloqueadores resistentes al agua, de otra forma se diluyen y contaminan el mar
Foto: Yo amo mi playa.
Esta nota se publicó originalmente en Disney Babble Latinoamérica

2 feb 2014

Los mitos del cáncer



Hasta hace unos años, la palabra cáncer era sinónimo de muerte. Pero gracias al diagnóstico precoz y al avance en los tratamientos, la sobrevida de las personas que sufrieron la enfermedad es cada vez mayor. Para mostrar eso, que se puede sobrevivir al cáncer y que no es una mala palabra, el Ministerio de Salud de la Nación y el Instituto Nacional del Cáncer lanzaron la campaña "Hablemos del cáncer", para derribar mitos y miedos relacionados con la enfermedad.

En su sitio web, se pueden conocer historias de personas que sobrevivieron a la enfermedad y hacer preguntas a especialistas. Y también leer cuáles son los principales mitos sobre la enfermedad. Estos son algunos de ellos:

Existen yuyos o suplementos de hierbas medicinales que curan el cáncer. No existen estudios científicos que demuestren el poder curativo de estos productos y algunos incluso pueden llegar a afectar la eficacia de los fármacos que prescriben los médicos.
El cáncer es hereditario. Sólo entre el 5% y el 10% de los cánceres son por mutaciones genéticas que se transmiten de generación en generación, y hacen que  las personas que tienen esa mutación tengan un riesgo mayor (tampoco el tener la mutación implica que se vaya a tener cáncer). La mayoría de las personas que desarrollan un cáncer no lo heredaron ni tampoco van a transmitirlo a sus hijos.
El cáncer inevitablemente lleva a la muerte. Actualmente más de la mitad de los cánceres que se diagnostican de forma temprana, pueden curarse. De hecho, un informe de la Organización Panamericana de la Salud mostró que en 10 años bajaron las muertes por cáncer en la Argentina, tanto en hombres como en mujeres.
El estrés y la depresión pueden causar cáncer. No existe ninguna investigación o estudio que demuestre la asociación entre sentimientos o estados de ánimo con la aparición de esta enfermedad.
Los edulcorantes artificiales causan cáncer. Tampoco hay estudios que prueben que el consumo de alimentos y/o bebidas con sacarina, ciclamato y aspartamo produzcan cáncer.
No hay nada que una persona pueda hacer para evitar el cáncer. Hay mucho que se puede hacer: tener una alimentación rica en frutas, verduras y legumbres y reducida en grasas y carnes rojas; desarrollar actividad física regular; evitar la obesidad y el tabaco y disminuir la ingesta de alcohol, y también realizarse controles periódicos de salud.