28 mar 2014

¿Registrar o sentir?




No hace mucho fui a un recital de una banda indie que me encanta. Mi primo y yo éramos seguro los más viejos del público, promediando los 40. Más clima de discoteca que de recital, no me sorprendió tanto cierta frialdad de los que nos rodeaban (¿pero estos chicos no cantan?) como la forma en que muchos estaban viviendo la experiencia: a través de una pantalla. A un lado, un chico grabó integra la hora de show con su Smartphone. Al otro, tenía un grupo de casi adolescentes que no paraban de sacarse fotos con una súper cámara con un súper flash, con la banda de fondo, como si fuera su telonera.
Dos semanas después llevé a mi hijo a un espectáculo infantil en el teatro. Mucha música y despliegue escénico. Todo fantástico, salvo que tuve que ver medio show a través de la tablet de la señora que estaba tres filas delante mío, y que justo obstruía mi ángulo de visión del escenario. Ella tampoco paraba de filmar y sacar fotos. Lección aprendida: la próxima saco superpullman.
Escribo esto ahora, sentada en la clase de natación de mi hijo. Somos seis madres de este lado del ventanal y la mitad, en vez de mirar como sus cachorros enfrentan el desafío de tirarse de cabeza, los fotografían o graban en video.
Me puse a reflexionar en que quizás nos estamos perdiendo algo. Aclaro que, aunque mala fotógrafa, soy adicta a las fotos: mi marido me critica porque en los viajes quiero sacar de cada lugar al que vamos, o porque en las fiestas familiares reclamo que todos posemos y salgamos lindos (lo que rara vez consigo). También me gustó siempre registrar algún video corto (¡horror esas películas de dos horas del viaje a Disney!) en el momento clave del acto escolar o cuando los chicos están haciendo algo trascendente como comer sólidos por primera vez o bailar disfrazados la coreo de “One beat”.
Pero esto es otra cosa. No es hacer un alto en la experiencia para registrarla, sino vivir la experiencia a través de su registro para luego postearlo. ¿Cuál es la razón de esa necesidad? ¿Es conservar el recuerdo de lo que hicimos para nosotros? ¿Es mostrarlo para exhibirnos? ¿Es socializarlo y compartirlo?
Me da la sensación de que cuando miramos a través de una cámara, siempre nos perdemos algo. La lente hace un recorte y pone una distancia. Filtra lo que vemos y aplica una intermediación. Recordé una anécdota de un exnovio que hace muchos años había ido a ver las ballenas franca australes a la Patagonia, cuando todavía no había tantos controles para protegerlas en los avistajes y los turistas podían acercarse a su lado. Tuvo sólo unos segundos junto a la ballena y en vez de tocarla prefirió sacarle una foto. No entendí entonces cómo podía preferir conservar una imagen a un recuerdo sensorial.
Algo así. Me parece que de a poco, cada vez más, nos estamos perdiendo de tocar la ballena.


Esta nota se publicó originalmente en Disney Babble Latinoamérica

19 mar 2014

Una científica argentina, premiada



La bioquímica argentina Cecilia Bouzat recibe este miércoles en París el premio L'Oreal-Unesco por sus investigaciones sobre la comunicación neuronal. Es uno de los reconocimientos más prestigiosos en el mundo científico y premia el aporte femenino a la investigación. Ella, que logró explicar claves del proceso de cómo se comunican entre sí las células cerebrales, dice que es posible ser una buena científica y una buena madre. Esta es la entrevista con ella que publiqué en Clarín:



La antigua librería Galignani, en la tradicional Rue de Rivoli, tiene sus vidrieras colmadas de libros de autores argentinos y fotos de Jorge Luis Borges y Victoria Ocampo, anticipando la presencia de Argentina como país invitado de honor en el Salón del Libro de París, que se inaugura mañana. A unas cuadras de allí, cerca del Louvre, la foto de otra argentina brilla en un cartel electrónico de publicidad callejera. Es Cecilia Bouzat (52), una bioquímica bahiense que recibirá hoy en esta ciudad uno de los premios más prestigiosos del mundo científico por explicar cómo se comunican las neuronas. 
Esta noche, en La Sorbona, le entregarán el Premio L’Oreal-Unesco para la Mujer en la Ciencia por América Latina, dotado de 100.000 dólares y en el que eligen a cinco científicas, una por cada región. Bouzat es la tercera argentina en recibir este reconocimiento al aporte femenino a la investigación desde que se creó, hace 16 años, y también ganó la primera edición nacional, en 2007.
Bouzat dice que esta distinción es el aval a “un trabajo en equipo”, en referencia a sus compañeros del Instituto de Investigaciones Bioquímicas de Bahía Blanca. A cada uno de ellos –7 mujeres y 3 varones– nombró emocionada ayer, cuando presentó su trabajo en la Academia de Ciencias de Francia. También allí explicó que la Argentina es un país “conocido por el tango, el fútbol, el asado y el mate. Y, me gustaría agregar, por la buena ciencia”.
Desde su instituto, con la colaboración internacional de la Clínica Mayo, lograron comprender las bases de la sinapsis química, el principal proceso de comunicación celular en el sistema nervioso. “Una neurona libera un neurotransmisor, que se une a un receptor muy específico. Ese receptor genera una respuesta en otra neurona o en un músculo. Si el receptor que se une al neurotransmisor funciona mal porque tiene una mutación, falla toda la comunicación neuronal”, describe Bouzat a Clarín
La clave está en los “canales iónicos”, que se abren en la membrana de la célula para que ingrese la información en ella. “Entender esto sirve para saber qué fármaco tendrías que usar para hacer que funcione bien”, explica. 
Bouzat está estudiando un receptor nicotínico muscular que se ve en los síndromes miasténicos congénitos, y un receptor neuronal relacionado con enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer, y la esquizofrenia. Esos estudios son “extremadamente relevantes y originales.
Su resultado inmediato es aumentar el conocimiento humano.
Sólo el tiempo dirá si darán como resultado en un futuro una terapia para alguna dolencia humana”, destaca Armando Parodi, del Instituto Leloir y uno de los dos argentinos que integraron el jurado que la premió. La otra, Ana Belén Elgoyhen –premiada en 2008– asegura que este reconocimiento “es una palmada en la espalda para seguir adelante con esta tarea científica, que no muchas veces se reconoce”.
Lo mismo dice Bouzat cuándo se le pregunta qué siente.
“Es un incentivo para seguir formando recursos humanos y luchando por el rol de la mujer en la ciencia”, afirma. Admite que, como muchas mujeres, se vio en la encrucijada entre la demanda full time de su carrera y la vida familiar. Pero asegura que es posible ser “una buena científica y una buena madre”. Y ella, que desarrolló toda su carrera en el país, también transmite otro mensaje: se puede hacer ciencia en la Argentina. “Hay que cuidar a los recursos humanos: sin ellos perdemos la ciencia”, sostiene. Sus hijos seguirán con su pasión por la investigación: la mayor se está por recibir de bióloga y el menor empieza geología. 
Faltan pocas horas para la ceremonia. ¿Fantasea con ser la tercera ganadora del L’Oreal-Unesco en recibir luego el Nobel? “Mi Nobel sería que mi investigación permitiera llegar a un fármaco para tratar alguna de estas enfermedades”, sueña Cecilia.

12 mar 2014

Cómo abordar el tema del alcohol con los hijos




Hace poco, en una reunión con familiares y amigos, la maternidad me puso a  prueba con esas situaciones que una piensa todavía lejanas, pero no lo están. Había varios chicos de la edad de los míos y todos estaban jugando a que habían armado una fiesta “en un boliche” y los más grandes –entre ocho y 11 años—se llevaron una botella de cerveza vacía y bromearon con que estaban tomando alcohol.
Se me encendió el sistema de alertas. El consumo de alcohol me parece un tema para el que todavía falta mucho para preocuparme –en unos años, en la adolescencia, ¿para qué ahora?–. Pero esa situación de juego me mostró que el alcohol –como las drogas—está ya presente como algo cotidiano no sólo para un adolescente, sino también para un nene.
Justo hace unos meses, llegó a mis manos una guía  para padres que armó la fundación canadiense Educ’ Alcool, con consejos para hablar de alcohol con los hijos. En América Latina, la cámara que nuclea a las empresas cerveceras la adaptó y la está distribuyendo en cada país. Hubo un consejo que me llamó muchísimo la atención: los especialistas que la redactaron afirman que hay que traer el tema al diálogo familiar desde la primera infancia, y que a los 6 años ya entienden cuáles son los comportamientos socialmente aceptados con relación al consumo de alcohol. Por eso, afirman, nunca es temprano para empezar a hablar con los hijos sobre el tema.
Mi hija lo trajo a la conversación hace pocos meses. Preguntó si estaba bien tomar alcohol, y cuánto se podía tomar. En nuestra casa, no es un consumo habitual en la semana, pero sí los fines de semana, una copa o un trago acompañando una comida. Le puse como ejemplo las papas fritas, y funcionó: podemos comer un paquete chico una vez a la semana como un gusto, pero si nos comemos una bolsa grande entera o si las comemos todos los días, no nos van a hacer bien. Aproveché para explicarle de manera simple que los que pueden tomar alcohol son los adultos y que esto no tiene que ver con un capricho de los grandes, sino con que el cuerpo de un chico no está preparado para “procesar” el alcohol. Por eso, los chicos no pueden beberlo. Podrán hacerlo cuando sean adultos, y con moderación. Y, de paso, le hablé sobre el conductor responsable: fui enfática en que cuando se maneja un auto no hay que tomar alcohol, y le conté que está creciendo la tendencia de que cuando un grupo de amigos sale, se elige a uno que va a manejar y no va a tomar alcohol. El siguiente fin de semana, cambiarán de roles para que ése que no tomó pueda hacerlo, y otro ocupe el lugar de chofer. “Claro, si no no sería justo”, me dijo, entendiendo el concepto.
Después de la conversación, volví a leer la guía. Estimo que debe ser bien distinto hablar con un adolescente, y más si nunca se lo hizo. Me subrayé algunos conceptos que me parecieron interesantes. El que atraviesa todo el texto tiene que ver con el diálogo y el acompañamiento a los hijos: cuanto antes hablemos de alcohol con ellos, menos riesgo habrá de que caigan en un consumo temprano y/o abusivo. Nuestro ejemplo es muy importante, ya que los chicos imitan las actitudes de los padres y pueden en el futuro adoptar los hábitos de consumo que ven en casa. La guía también sugiere retrasar el contacto de los hijos con el alcohol y no recomienda el “mojarse los labios” en la bebida para evitar que prueben a escondidas. Explicarles, tengan la edad que tengan, las consecuencias del alcohol en el cuerpo y los riesgos asociados a su consumo. Establecer reglas claras, razonables y posibles de cumplir. Ser firmes en nuestros argumentos, pero a la vez escuchar y respetar los suyos. Supervisar sin ser controladores. Y no olvidar confiar en ellos.


¿Cómo abordás estas conversaciones con tus hijos? 

Esta nota se publicó originalmente en Disney Babble Latinoamérica