28 nov 2014

Cosas para las que las madres queremos tener tiempo



Ahora tengo mis horas encadenadas milimétricamente, como toda madre. Trabajemos o no, la maternidad termina avanzando sobre nuestra agenda y de pronto nos encontramos con que hace una década que no vamos al cine con una amiga o que la última vez que fuimos a la peluquería a hacernos las manos fue antes del parto. “Hubo un tiempo que fue hermoso y fui libre de verdad”, dice una famosa canción de un grupo de rock argentino. No cambiaría por nada del mundo este tiempo que es hermoso, el de la maternidad, por volver al tiempo en que sí fui libre de verdad. 
Si a una madre le dieran a elegir qué quiere de regalo, apuesto a que no pide carteras, zapatos, perfumes ni ropa: pide tiempo. ¿Tiempo para qué? ¡Para tantas cosas! Esta es solo una breve lista de las 10 que elegimos con mis grupos de madres. ¡Seguro que cada una de ustedes va a poder agrandar la lista!
  1. Tiempo para un baño de inmersión. Llegábamos a casa después de un día agotador de trabajo, poníamos sales o espuma en la bañera, prendíamos una vela y nos relajábamos en un spa personal. Ahora, gracias si tenemos cinco minutos para ducharnos.
  2. Tiempo para secarnos el pelo. No importa si es invierno y hace dos grados bajo cero: nos ponemos un gorro o capucha y salimos con la cabeza empapada. Las mamás tenemos que aprender a optimizar el tiempo y encender el secador es un derroche. Ni hablar de hacerse los bucles o pasarse la planchita para alisar el cabello, la única plancha que conocemos es la de la ropa.
  3. Tiempo para dormir ocho horas seguidas. Es lo que recomiendan los médicos, ¿pero quién puede? Si tienes un niño pequeño, no tengo que entrar en detalles, ¿no? Pues bien, mejor acostúmbrate porque cuando crezca tampoco dormirás cuando te venga en gana. Los fines de semana tendrán competencias de deporte por la mañana y cumpleaños u otras actividades por la tarde (nunca más una siesta) y luego comenzarán a salir por las noches (¡y no dormirás hasta que regresen!).
  4. Tiempo para ir al baño solas. ¿Por qué siempre se les ocurre hacer una pregunta que necesita respuesta urgente en ese momento? Y por más que una cierre la puerta, igual se paran del otro lado, golpean e insisten sin posibilidad de esperar solo dos minutos.
  5. Tiempo para un encuentro sexy. Antes elegíamos la lencería, nos perfumábamos, preparábamos el clima y nos tomábamos todo el tiempo para el encuentro sexual con nuestra pareja. Ahora aprendimos que el exprés de 15 minutos también tiene su encanto.
  6. Tiempo para desayunar el domingo a la mañana. Un rato un día a la semana para una: preparar las tostadas o permitirse ir a comprar croissants, desplegar el diario sobre la mesa, disfrutar del café con leche o hacer todo eso en un bar. Bueno, quizás cuando nos jubilemos podamos volver a hacerlo.
  7. Tiempo para ver una película entera. Ya no pedimos ir al cine a ver un estreno (eso entra en la categoría “salida de pareja”, que se convirtió en un lujo asiático), sino ver el estreno un año después en el DVD de casa o en el on demand. Igual, por algo te van a interrumpir. Siempre.
  8. Tiempo para depilarnos. Verano, hace 40 grados y vemos una mujer por la calle en jeans. Primero, es madre. Segundo, no somos las únicas. Para dedicarnos dos horas a nosotras en cualquier actividad de un salón de belleza tenemos que pedir autorización a un notario. Por eso aprendemos a hacerlo todo en casa: la depilación, la manicura, el color… y así nos queda el resultado final, claro. 
  9. Tiempo para trabajar. Las madres del home office tienen muchas ventajas y también desventajas. Lograr que los niños entiendan que mamá está trabajando es directamente una misión imposible. 
  10. Tiempo para mirar vidrieras. Si vamos a un centro comercial, seguro será para comprar ropa para los niños o comprar un regalo… para otro. ¿Tomarnos dos horas para recorrer y mirar lo que venden los negocios de indumentaria femenina? Con suerte nos tenemos que conformar con ver los modelos de estación en una revista (y a veces ni siquiera eso).

12 cosas que aprendí de la maternidad

Cada vez que se acerca una fecha especial, empiezan a abrumarnos con las campañas publicitarias para que hijos (y maridos) recuerden cómo deben agasajarnos. Entonces, me puse a pensar, a diez años de que mi primer test de embarazo diera positivo, sobre qué había aprendido en todo este tiempo. O, mejor dicho, qué me enseñó la maternidad.


  1. Aprendí que el dolor de otro se puede sentir en las entrañas, más fuerte que tu propio dolor, y también que su alegría te hace reír el alma.
  2. Aprendí que tengo capacidades que me eran absolutamente desconocidas, como niveles de paciencia que se elevan al infinito. A veces, cuando parece que vas a explotar… sacás un resto que tenías guardado, contás hasta 10 y seguís hacia adelante. 
  3. Aprendí, como me dijo una mamá del jardín, que los hijos son la horma de tus zapatos: siempre van a plantear un nuevo desafío y a confrontarte con tus propios esquemas. Los hijos te enseñan algo nuevo cada día: la maternidad es un aprendizaje de por vida.
  4. Aprendí a respetar las diferencias. Dos hijos son dos universos completamente distintos. En mi relación con cada uno de ellos, aprendí a identificar características, preferencias, potencialidades y dificultades para guiarlos en el camino.
  5. Aprendí a vencer mis miedos. Mamá tiene que ser capaz de derrotar a los monstruos que se esconden bajo la cama y a las arañitas que trepan por la pared.
  6. Aprendí a construir nuevos vínculos. Los hijos nos abren otro mundo con sus propias relaciones y cuando creés que tenés completo tu carnet de amigos, te descubrís compartiendo secretos con la mamá de uno de sus compañeros del colegio en una nueva amistad inquebrantable.
  7. Aprendí a valorar como nunca antes el poder del contacto físico. Tus brazos pueden calmar a tu bebé que llora, pero cuando él te tira los suyos y te rodea el cuello con sus manitos, todo lo malo del día se disipa.
  8. Aprendí a resolver desde problemas simples, como sacar el cepillo de dientes que cae siempre en el hueco entre la pared y un mueble que no se puede mover, hasta problemas complejos que involucran emocionalmente a mis hijos.
  9. Aprendí a organizarme. Es cierto que ser madre requiere habilidades gerenciales. Hay que distribuir el tiempo y los recursos, planificar, prever, trazar recorridos… soy el CEO de mi pequeña empresa familiar.
  10. Aprendí a siempre tener una respuesta o a comprometerme a tenerla. Vale un “no lo sé, pero te lo averiguo” o un “déjamelo pensar”, pero sabiendo que ellos esperan una devolución de nuestra parte.
  11. Aprendí a comerme las lágrimas o las ganas de golpear una pared cuando las cosas les salen mal y, en cambio, secarles las suyas y buscar una palabra de aliento.
  12. Aprendí a dejarme sorprender. Porque de eso, básicamente, se trata esta hermosa aventura de ser madre. 

Tíos y sobrinos, a la distancia

Hace unos meses, encontré en un baúl cuatro grabaciones en Súper 8 de un viaje que hice a Italia con mi madre en 1981. Yo tenía cinco años, mi padre había muerto hacia dos, mi madre nunca había vuelto a su pueblo natal y los hermanos que habían quedado allí querían verla.
Nunca hablamos de lo que significó ese viaje para ella, pero sí se muy bien lo que significó para mí: descubrir una enorme familia, con tíos y tías amorosos, primos de mi edad con quienes jugar, dos meses de diversión y todos los consentimientos que pudiera desear. También significó, cuando lo recordaba años más tarde, mucho enojo porque esas vacaciones habían quedado suspendidas en el tiempo y esa rama de mi familia no formaba parte de mi realidad cotidiana.
Recuperé esos videos. Daniel, de Panorámica, experto en compactar las imágenes de los futuros recuerdos de mis hijos, hizo un trabajo artesanal y el DVD del viaje fue el regalo del Día de la Madre para la mía. “¿Se lo tenés que dar hoy? -inquirió mi hija- Va a llorar todo el día”.
Pero mi madre no lloró. Mi hija se enojó (“Tenías que llorar porque yo te quería CONTENER”) y la Nonna respondió que se había emocionado “por dentro”.
Las lágrimas eran mías. No me había emocionado verla a ella joven, ni verme a mí a la edad que tiene mi hijo hoy, saludando a la cámara con los vestidos vaporosos con pechera de nido de abeja que mi madre me cosía. Lo que me quebró fue ver a mi tío Pasquale levantándome en andas en una excursión a una villa romana, feliz él, feliz yo.
Cuando me vi con él, los vi a mis hijos subidos a los hombros de mi hermano mientras caminábamos una tarde de primavera cerca del río. Él hizo el viaje inverso a nuestra madre y se radicó en Italia hace más de una década. En sus esporádicas vacaciones en Buenos Aires, el repitió con mis hijos lo que mis tíos hacían conmigo.
Sentó un nudo en el estómago porque yo sé lo que es perderse esas caricias y esos abrazos. Pero luego reflexioné que las cosas no tenían que ser exactamente iguales para mis hijos.
Cuando era pequeña, para llamar por teléfono había que encomendarse a la operadora internacional, y las comunicaciones eran tan caras que sólo se reservaban para las Fiestas. El correo tardaba horrores, y las tarjetas de Navidad llegaban para Pascuas. Y las cartas, con la misma lógica, tenían el tono del destiempo cuando uno las leía y cuando las escribía para contar algo que ya podría haber caducado cuando llegasen a manos del receptor.
Hace unos pocos años, mi tío Pasquale –que soñó ser periodista en los ’40, pero no se animó porque su madre no habría soportado un corresponsal de guerra—me hizo un regalo. Me mandó un libro-cuaderno que él mismo escribió con sus poemas. Era muy bueno como poeta. Me lo dedicó. Lo sentí entonces como un guiño pero sólo hoy, después de ver su imagen conmigo en ese video, puedo resignificarlo.
Agradecí a la tecnología. Agradecí infinitamente a internet y a quien inventó el web chat. Cada mañana, cuando abro mi correo electrónico, sé que estarán allí los mails de mi hermano para comentar, sin delay, las noticias del día desde el otro lado del océano. Mis hijos le hacen dibujos que también le mandan por mail. Cuando vamos a un museo o a un festival de ciencias, se sacan fotos para enviarle al tío, al igual que cuando se disfrazan o se pintan la cara en un cumpleaños. Chatean con él y el más chiquito, como no escribe, le pone emoticones.


Mi prima -la que me empujaba en el video- ahora también es mamá y sigo el crecimiento de su bebé casi semana a semana, foto a foto. Estamos todos tan lejos, como mi madre y su familia, pero tanto más cerca. ¡Cómo lo habrían disfrutado mis tíos…!

Feliz día a todos mis padres



Soy huérfana de padre desde los dos años y medio. Así que el día del padre siempre fue para mí un día extraño. En la infancia, sentí más su ausencia en las fiestas como la Navidad, cuando fantaseaba que él se aparecería en Nochebuena, como en una telenovela, diciendo que no estaba muerto sino que se había ido de viaje, y se sentaría a mi lado en la mesa. El día del padre íbamos al cementerio con mi madre a llevarle flores –aunque nunca, ni entonces ni ahora, sentí que mi padre esté debajo de una fría lápida de mármol– y ella compraba regalos que yo les daba a los hombres de la familia. Pienso ahora, a la distancia, que mi mamá hacía muy bien en comprarles esos modestos regalos que permitía la economía familiar. 
Pienso también que esos hombres fueron piezas que me ayudaron a componer el puzzle de lo que para mí es hoy la figura paterna, y de algún modo lo que yo soy ahora.
A mi papá lo armé y lo aprendí a querer con los años. Nunca me enojé con él porque se hubiera ido tan pronto, pero sí me llevó tiempo entender que, pese a lo prematura de su partida, no era una ausencia sino una presencia. Los únicos dos recuerdos que tengo de él son tangenciales: no está presente, pero su peso en ellos no es por eso menos fuerte. En el primero, lo estoy llamando para que venga a almorzar; en el segundo y último, siento que algo grave pasa: es el accidente sin sentido que se lo llevó. Qué pasó y cómo pasó lo fui recomponiendo con el tiempo y años de terapia, del mismo modo que cómo era él. Acopié los pocos objetos suyos que quedaban en mi casa familiar, como sus viejos discos de pasta. Obsesivamente busqué durante años alguna foto en la que me tuviera en brazos: no la hallé, pero eso no me impidió sentir que esos abrazos habían existido, y que yo había sido muy deseada y muy querida. La vocación de periodista me ayudó a ir buscando fragmentos, y a hilvanarlos. Así, en el testimonio de los otros, conocí a un hombre entero, extremadamente trabajador, colmado de valores, dispuesto al sacrificio, solidario con los otros, abnegado con su familia, con un sentido del humor ajustado pero irónico. No logré conectarme aún con el tango, la música que lo apasionaba, pero como insiste un colega, el tango sabe esperar así que quizás él y mi padre puedan seguir esperándome. Aprendí a reconocer sus rasgos en mi rostro, y Dios o la genética me regalaron que mi hija tuviera sus mismos ojos, los que yo no recuerdo pero mi madre me describió. Recién entonces, cuando en ella lo miré a él, pude sentir que cerré un círculo.
Mi hermano mayor, muy mayor (nos llevamos 16 años), ocupó en muchos aspectos la figura paterna en la construcción de mi psique. A él le agradezco haber aceptado esa carga tan enorme que la vida le impuso, y la formación que me dio en mil aspectos. Buena parte de la persona que soy lo soy por lo que él es. Y también le agradezco que haya sabido ser siempre mi hermano, para organizar peleas a las trompadas en el medio de la cocina o conspirar juntos para comprar cosas prohibidas en el supermercado a escondidas de mi madre. Crecimos y ya no nos peleamos: vivimos lejos, pero conectados por la tecnología. Ahora tenemos diálogos larguísimos y profundos (y tontos también) vía e-mail. Y con esfuerzo aprendimos ambos a poner nuestra relación en su lugar, y a disfrutarla enormemente. 
Mi tío es el patriarca familiar. Estuvo para comprar comida cuando no había dinero y para llevarme a la calesita los domingos a la tarde. Para contarme cuentos y para ayudarme a tener mi primera casa. Para cargarme al hospital de urgencia cuando me sentía mal y para leer frente a 100 personas en mi casamiento. Para retarme y malcriarme. Para ocupar ahora el sillón del nonno de mis hijos. 
Mi padrino es el teléfono siempre abierto. La respuesta para la duda más diversa, la búsqueda pragmática de soluciones. El que me ayudó a tener mi primer trabajo hace 20 años, el que se aparece ahora con una sorpresa porque sí, porque cree que te va a ser útil. El hombro en el que sé que siempre, pase lo que pase, me voy a poder apoyar. 
mi esposo es el que resignificó este día. El que hizo que empezara a festejar el Día del Padre. El que me dio dos hijos increíbles, el que me acompaña día a día en la compleja construcción de la maternidad.
El que celebro como mi pareja y vuelvo a elegir como compañero de mi vida. El que me sabe poner en eje, aplaude mis logros y me alienta en mis errores, la persona con la que 17 años después me sigo riendo y emocionando (no de las mismas cosas, sino de nuevas cosas en las que coincidimos), con la que puedo discutir constructivamente, a la que puedo mirar y decir que me enorgullece que sea el padre de mis hijos. 


A ellos, a todos mis padres y a todos los padres, muy feliz día.

24 nov 2014

"No esperes el primer golpe"


Una nueva campaña alerta sobre las primeras señales de la violencia cotidiana. Dónde pedir ayuda. 





295 mujeres y chicas murieron en 2013, víctimas de la violencia de género. Una muerte cada 30 horas, contabiliza la Casa del Encuentro, la ONG que lleva el único registro de los asesinatos de mujeres. Además, hubo 39 femicidios vinculados de hombres y niños (como parejas o hijos de la mujer a quien el femicida quiere atacar). Este año, las estadísticas no han sido mejores: semanalmente leemos o escuchamos historias de mujeres asesinadas por sus ex parejas, chicos muertos para dañar a su madre "donde más le duele", o mujeres que sobreviven al calvario de los golpes y el maltrato psicológico, sexual y económico.

El 25 de noviembre es el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Entre las varias acciones que se harán desde el Estado y las organizaciones civiles para conmemorar la fecha, se destaca una campaña del Ministerio de Desarrollo Social porteño, para llamar la atención de las mujeres sobre la violencia cotidiana, ésa que está institucionalizada como parte del vínculo de la mujer con su pareja, en todas las clases sociales.  

Soledad Silveyra interpreta a "María", una mujer que llega tarde a su casa después de una larga jornada de trabajo como empleada doméstica y enfrenta la furia de su marido porque, por su demora, no llegó a tiempo para calentarle la comida. Guillermina Valdés, "Sofía", ilusionada con la fiesta de casamiento de una amiga debe soportar el embate de furia de su marido que quiere irse, reclamándole no pensar en él, que tiene un “partidito” con los amigos la mañana siguiente. Y Laura Esquivel representa a "Camila", una joven que quiere ir a bailar con sus amigas, pero se ve obligada a ir en compañía de su novio. Los cortos se proyectarán hoy a las 15, en la Plaza Vaticano, junto al Colón.

La campaña se llama “La violencia es igual para todas. No esperes el primer golpe” y busca alertar sobre esas primeras señales del comienzo del espiral de violencia, que puede llevar a un desenlace fatal. Y, también, acercar la línea de asistencia inmediata para víctimas 0800-666-8537. A ese número se puede llamar gratis, de manera anónima, los 24 días del año.


Tanto a nivel nacional, como provincial y municipal, hay distintas instancias donde recurrir, todas gratuitas y con amplios horarios de atención. Aquí se puedeconsultar un listado de lugares y teléfonos. Lo importante, siempre, ante la duda, es pedir ayuda. Y no tolerar ninguna situación de violencia. Incluso ésas en las que la mujer quiere creer que no la hubo.


Dermatitis atópica: un problema frecuente


El 20% de los bebés y niños la sufren. Cómo transformar el tratamiento en un momento placentero.






La dermatitis atópica es más frecuente de lo que se cree. Esta enfermedad inflamatoria crónica de la piel afecta a un 20% de los bebés y niños, y a un 10% de los adultos.

En los bebés menores de 2 años, las lesiones de piel empiezan en la cara, el cuero cabelludo, las manos y los pies. En niños mayores y adultos, la erupción se observa con mayor frecuencia en el interior de las rodillas y los codos, al igual que en el cuello, las manos y los pies, detalla el sitio de información de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos. La picazón intensa, que es muy común, puede empezar antes de que aparezca la erupción, y es muy molesta para quien sufre la enfermedad.

El tratamiento siempre debe prescribirlo un especialista. La Sociedad Argentina de Pediatría recomienda medidas generales como usar ropa de algodón, cremas humectantes también indicadas por el dermatólogo, evitar los baños prolongados y con agua muy caliente. El médico puede prescribir también cremas con corticoides para usar localmente, antihistamínicos por vía oral para disminuir el prurito y antibióticos cuando las lesiones están infectadas. 

Desde el laboratorio Avène, que acaba de lanzar su nueva línea XeraCalm A.D. de emolientes que actúan en los distintos factores que desencadenan la dermatitis atópica, sugieren que los padres tomen la rutina de aplicación de la crema como un momento de cuidado especial. Y difundieron una guía para aplicar las cremas y, al tiempo que se alivia al bebé, promover un espacio de interacción, contacto y ternura con su mamá y/o su papá:
  • La preparación: acostar al niño. Untar las manos con una pequeña cantidad de emoliente y frotarlas para calentar el producto. 
  • Los miembros inferiores: colocar la mano bien extendida en el tobillo y dirigirla hacia la parte superior del muslo, empezando por atrás y terminando por delante. 
  • Los miembros superiores: colocar la mano bien extendida en la muñeca y diríjala hacia las axilas. 
  • El torso: colocar las manos bien extendidas y en paralelo en la parte inferior del vientre e ir subiéndolas hacia el cuello mediante gestos circulares. Luego descender hacia los hombros mediante un movimiento envolvente. 
  • La espalda: poner al niño en posición sentada y colocar las manos en la parte inferior de su espalda. Subir hacia la nuca describiendo grandes círculos. 
  • La nuca: seguir realizando gestos circulares y, si fuera necesario, subir hasta las orejas y continuar el masaje con la yema de los dedos, sin olvidar la unión entre el lóbulo y la mejilla. 
  • El rostro: realizar el masaje con los dedos de forma simétrica. Colocar los dedos bien extendidos en la parte superior de la frente, bajar hacia las sienes y volver hacia arriba, pasando por la nariz y debajo de los ojos. A continuación, pasar los dedos por las aletas de la nariz y las mejillas y seguir en dirección al cuello, pasando por la barbilla. Si fuera necesario, aplicar el emoliente con la yema de los dedos en los párpados, la boca y la comisura de los labios. 
  • Las manos: poner la mano del niño entre los dedos y realizar el masaje alternando los pulgares. Realizar un masaje en el dorso de las manos con sus dedos, dirigiéndolos hacia las muñecas. 
  • Los pies: realizar el masaje alternando los pulgares, empezando por la planta del pie y los deditos, y siguiendo por la parte posterior del pie hasta el tobillo. 



Foto: Flickr/Ray Dumas

21 nov 2014

Un reino para mi princesa


Me recuerdo con seis o siete años, usando un vaporoso vestido verde que me había mandado de Italia mi tía Sisina. Cuando me ponía ese vestido, sentía que era una princesa. Lo mismo que mi hija cuando se disfrazaba, aunque ella por fortuna tuvo la opción de elegir entre varios trajes de las Princesas de Disney para transformarse en Cenicienta, Bella o Blancanieves y vivir su propia historia principesca.
La fantasía de ser princesas es más que nada la posibilidad de potenciar el brillo que cada una lleva dentro. Pero, claro, para ser princesa hace falta un reino. Digamos que sin reino, en definitiva, no hay princesa. 
Y eso entendió Jeremiah Heaton. Este estadounidense de 38 años tiene una hija de siete, Emily, que como toda niña de su generación quería ser princesa. Pero mientras que a algunos padres nos alcanza para pedirle un traje y una corona a Papá Noel, Heaton decidió buscar un reino. Un reino para su princesa.
Dueño de una empresa de seguridad, echó mano a un viejo principio del derecho internacional, el terra nullius, que permite que alguien se apropie de un territorio que nadie reclama. Buscó primero una porción de tierra en la Antártida (¡Emily sería la verdadera Elsa de Frozen!), pero desistió porque por el Tratado Antártico nadie puede considerar propia esa tierra. 
Entonces, gracias a una ardua búsqueda en Internet, encontró un territorio en África, en la frontera entre Egipto y Sudán, que no era de nadie. Diseñó una bandera, consiguió un permiso para llegar y el 16 de junio plantó la bandera en el medio del desierto con su familia y nombró a Emily como la princesa del Reino de Sudán del Norte
Parece el argumento de una película. Y lo será: Disney compró los derechos para filmar esta inédita historia de amor paternal, que será dirigida por Morgan Spurlock (el director de “Super size me”). Mientras espera para ver a su princesa en la pantalla grande, Jeremiah está ahora en tratativas con otros países de la región para que reconozcan su reino, asegura que va a impulsar allí la producción agrícola y que tiene planes para mudarse con su familia a Sudán del Norte.  
Nadie quiere decirle a una niña que ella no puede ser lo que sueña ser. En su mundo, una chica de seis años quiere ser una princesa. Y yo le dije que era factible”, le contó desde su granja de Virginia Jeremiah a la corresponsal del diario argentino Clarín. Quizás este padre llegó demasiado lejos, pero… ¿hasta dónde no seríamos capaces de llegar para cumplir el sueño de un hijo?

Esta nota se publicó originalmente en Disney Babble Latinoamérica

20 nov 2014

Los derechos de los chicos


El 20 de noviembre se cumplen 25 años de la Convención de los Derechos del Niño. Actividades para conmemorar la fecha y aprender a respetarlos.




Derecho a la identidad, a estar con su familia, a jugar, a que ambos padres los críen, a que se garantice su salud, a estar protegidos de toda forma de abuso y explotación, a ser educados. Son algunos de los muchos derechos que tienen todos los niños del mundo, pero que fueron reconocidos hace relativamente poco tiempo: 25 años. 

Ese aniversario, los 25 años de la sanción de la Convención sobre los Derechos del Niño, se está celebrando esta semana. Fue adoptada el 20 de noviembre de 1989 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, y en sus más de 40 páginas consigna todos los derechos de los menores de 15 años y las obligaciones de los adultos para con ellos (puede descargarse del sitio de Unicef).

En conmemoración de esta fecha, habrá varias actividades:




#TusDerechosNoSonUnDibujo. Es una campaña organizada por el Consejo de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes que busca promover los derechos de los chicos en las redes sociales lanzan campaña para difundir y concientizar sobre los derechos de niñas, niños y adolescentes. El artista Milo Lockett se sumó representando los derechos de los chicos y las chicas en imágenes. La idea es replicar estas imágenes en las redes sociales con el hashtag #TusDerechosNoSonUnDibujo para así ayudar a la difusión.



Festival de juego, arte y músicaLo organizan Toca Boca  y el Ministerio Público Tutelar porteño el sábado 22 de noviembre de 12 a 16  en Parque Centenario (Av. Angel Gallardo y Av. Patricias Argentinas). Con entrada libre y gratuita, invitan a construir un juguete gigante  junto al artista CHU y al show de cierre junto a Laberinto Masticable (foto). En caso de lluvia, se traslada al lunes 24. 




Superhéroes por los chicos. La iniciativa de Aldeas Infantiles SOS Argentina, apoyada por HSBC, se hará hasta el domingo 23 en el Dot Baires Shopping. Convocan a los participantes a comprometerse con la defensa de los derechos de los niños, a través de los superhéroes que conforman la Liga de Defensores enwww.ligadelosderechos.org.ar. Super Mati, defiende el derecho a la protección; Super Clara lo hace con el derecho a la familia; Super Tomi, con el derecho al juego; y Super Ana, el derecho a la educación.

Foto principal: Flickr/Travel and Roll

¿Qué cambiarías de tu cuerpo?


En estos días, una publicidad de ropa interior revolucionó las redes sociales. En el aviso se promocionaban las bondades de una línea de lencería que tenía un calce, un confort y una suavidad “perfectas” para quien lo usara. El problema es que esa enumeración estaba en letras pequeñas, abajo. Lo que resaltaba era la frase “El cuerpo perfecto”, sobre la foto de diez modelos delgadísimas y curvilíneas. Por el aluvión de críticas, finalmente Victoria’s Secret tuvo que dar marcha atrás y cambió la frase. Ahora es “Un cuerpo para cada cuerpo”.
Casi como si hubiera sido una de las 30.000 personas que firmaron en Change.org para que la empresa pidiera disculpas, mi hija me dio una lección. Sentados en la mesa, durante la cena, mi hijo interpretó un comentario suyo como si le hubiera dicho “gordo”. Y estalló. Ella le respondió: “No sos ni flaco ni gordo. Sos un nene normal. Como yo no soy ni flaca ni gorda. Soy una nena normal”.
Normal, perfecto, gordo, flaco: a los nueve años, mi hija todavía no fue presa de las etiquetas. Me pregunté cuánto faltaría para que lo sea. Ella, la nena de, repito, nueve años, que en un local de ropa infantil tuvo que comprarse un suéter talle 16. También me pregunté si iba a lograr criar una hija (y un hijo) que pudieran entender que ser “normal” es ser lo que ellos sean, como sean. Sería un gran triunfo como madre si pudieran seguir pensando así en 10 o 15 años. Le habríamos ganado al sistema.
En eso pensaba cuando vi este gran video que hizo Jubilee Proyect, un grupo que se dedica a filmar cortos inspiradores (activen los subtítulos en castellano). Les preguntaron a 50 personas qué parte de su cuerpo cambiarían (solo una). Las respuestas fueron de algunas más obvias (o masivas, que varias de nosotras seguramente repetiríamos) como las estrías que nos dejó el embarazo o ser más altas, hasta otras como “tengo la frente muy grande”.
Después le hicieron la misma pregunta a un grupo de niños. Las respuestas son maravillosas. Los chicos piden “teletransportarse”, tener una cola de sirena, alas para volar, piernas de chita para correr rápido, una boca de tiburón para comer más o, simplemente, nada. Los chicos no cambiarían nada de su cuerpo. Se sumarían poderes, pero no se sacarían nada porque nada de lo que tienen les disgusta.
¿Por qué cambiamos tan radicalmente de opinión? ¿En qué momento empieza a pesarnos tanto la mirada del afuera, lo que nos dicen que tenemos que ser y, lo que es peor, comenzamos a sufrir si no encajamos con ese “ideal”? Yo hice el click en la adolescencia, pero no recuerdo exactamente cuándo dejaron de importarme las alas y la cola de sirena para preocuparme el busto pequeño y la pancita.
El video me hizo emocionar. Y, en especial, hacia el final, una chica, parecida físicamente a mi hija, que insiste en que ella no se cambiaría nada. “En realidad, a mí me gusta mi cuerpo”, dice. Ojalá siempre pueda seguir pensando lo mismo. Y ojalá mis hijos también. 

Nuevo post en Disney Babble Latinoamérica. 

16 nov 2014

¿Una madre "perfecta" o una madre "desastre"?


Hace un par de semanas, una tarde se me desajustó mi milimétrico cronograma diario. Me atrasé 15 minutos (trabajando en el celular) mientras mi hijo tomaba su clase de natación y llegué tarde a buscar a mi hija al otro club, que queda a 20 cuadras. Así, ella también casi llega tarde a su prueba de inglés.
Mientras corríamos las dos al auto cargadas de bolsos y abrigos, me disculpé: “Perdoname, soy una madre desastre”. “No, no”, me respondió, “madre desastre es la de Fulanita”. Y ahí, en el auto, mientras íbamos hacia la escuela de inglés, empezó a enumerarme los imperdonables errores de esta pobre mujer, a la que he tratado muy pocas veces pero con la que me sentí hermanada al instante.
Paloma se bajó del auto y no llegó tan demorada. Pero yo me quedé pensando en cuántas veces nos equivocamos y hacemos sin querer cosas que los irritan de sobremanera. Del mismo modo, a veces pensamos que somos las mejores madres del mundo y ellos ni lo notan.
Por eso me embarqué en una prueba casi científica, por el bien de todas las madres como yo, y empecé un exhaustivo relevamiento con mi hija y sus amigos y amigas para descubrir qué es lo que diferencia a una madre perfecta de una madre desastre.
Si tus hijos están alrededor de los 9 o 10 años (no puedo garantizar que funcione en los adolescentes), este test seguro te va a servir. Contestá las preguntas con honestidad para saber qué tipo de madre eres. Si la mayoría de las respuestas son positivas, quizás haya algunas actitudes y conductas que haya que replantear. Si la mayoría son negativas, ¡felicitaciones! Pero a no dormirse en los laureles: en la maternidad, los hijos nos toman examen todos los días.
  1. ¿Gritas mucho?
  2. ¿Alguna vez les has hecho pasar vergüenza contando delante de sus amigos un secreto o algo que ellos hacen que no los deja bien parados con los demás?
  3. ¿Repites las cosas que ya les dijiste? No vale decir que lo haces porque ellos no escuchan
  4. ¿Los llevas siempre tarde a la escuela o a sus actividades extrescolares o los retiras cuando ya casi no queda nadie?
  5. ¿Te olvidas con frecuencia de mandarles los materiales que pidió la maestra?
  6. ¿Te olvidas alguna vez de ir a buscarlos a uno de estos lugares?
  7. En algún acto escolar, ¿no fue ningún miembro importante de la familia a verlos?
  8. ¿Les dices que vas a invitar a sus amigos a tu casa y nunca concretas la invitación?
  9. ¿Ordenas las cosas de su cuarto (y “desordenas” el desorden en el que ellos aseguran que encuentran sus cosas)?
  10. ¿Les haces poner un abrigo aunque no sientan frío?
  11. ¿Les haces ponerse una campera muy abrigada, estilo “astronauta”, en vez de varias más finitas? Esta les confieso que fue un descubrimiento: ¡los chicos quieren vestirse como cebolla!
  12. ¿Siempre compras comida hecha, ya sea de casas de comida o congelada?
  13. ¿Cocinas cosas que a ellos no les gusta comer?
  14. ¿Nunca les has hecho una torta de cumpleaños con tus propias manos?
  15. Cuando van a comprar ropa o zapatos, ¿alguna vez compraste algo que ellos dijeron claramente que no les gustaba ponerse?
  16. En una pelea de hermanos, ¿como primera reacción le das la razón siempre al menor?
  17. Otra de peleas: ¿castigas a los dos por igual sin discernir realmente quién empezó el conflicto?
  18. ¿Contestas mensajes en el celular mientras hablas con ellos?
  19. ¿Les mientes frente a determinadas situaciones, aunque creas que lo haces por su bien?
  20. ¿Terminas habitualmente las discusiones con “porque lo digo yo” o alguna otra frase por el estilo con la que quieras “tener la razón”?
¡Gracias a Paloma, Sophie, Sofía, Lula, Toto, Mía y Lucía por su invalorable ayuda!
Foto: Wirawat Lian-udom / Flickr

Estes post se publicó originalmente en Disney Babble Latinoamérica.

¿Cuándo es el momento para dejar la terapia?

Hay seres humanos a los que les debemos mucho. Mi madre, que en la Italia de la posguerra lavaba la ropa a mano, dice que le debemos (casi) todo a quien inventó el lavarropas. Coincido con ella en que es fenomenal, pero en mi larga lista de hombres y mujeres que despiertan mi gratitud por sus hallazgos, inventos e ideas que cambiaron nuestras vidas, está más arriba don Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis. ¿Qué hubiera sido de nosotros sin esa máquina de lavado de nuestros traumas?
Vivo en Buenos Aires, la ciudad más psi de Latinoamérica. No es de extrañar entonces que sea una defensora a ultranza del psicoanálisis. Sin temor a exagerar, digo que la terapia me salvó. Que soy lo que soy gracias a haber enfrentado mis fantasmas en el diván.Probablemente, una de las tres mejores decisiones de mi vida haya sido empezar psicoterapia a los 20 años, cuando me sentía en un callejón sin salida del espíritu, que ya se me hacía insoportable también en el cuerpo. 
No es gratis la terapia. No solo porque un buen terapeuta es caro, sino por la enorme inversión emocional que uno tiene que hacer en el tratamiento. En tiempo y en energía, porque muchas veces se siente que no se avanza o, lo que es peor, que se sale de la sesión más destruida de lo que se entró (o a veces una entra fantástica y sale hecha un mar de lágrimas). Pero hay un momento en el que la cabeza hace un click y lo que traba se empieza a destrabar. Ahora bien… ¿cuándo ya es suficiente y se puede decirle chau al psicólogo?
Conozco un solo caso en el que un terapeuta echó a su paciente. Dirán los detractores de la psicología que su retención tiene que ver, justamente, con no perderlo. Creo que un buen terapeuta tiene que ayudarte a que seas vos, solita, quien tome las decisiones. Incluido cuándo dejar. Pero, claro, dejar no es fácil. Porque siempre se necesita algún arreglo del “techista”, como dice un amigo mío (tampoco conozco a nadie que tenga un “techo” perfecto). En mi caso, atravesé, creo, varias variantes para el fin de la terapia.
Mi primera terapia fue la más larga: cuatro años. Digamos que el punto de partida fue tan negativo que el balance de los logros era evidente. Recuerdo perfectamente la sesión en que mi terapeuta me los hizo ir exponiendo, contrastando así lo beneficiosa que había sido la terapia para mí y haciéndome entender que podía seguir sin su bastón. Acordamos seguir algunas sesiones más para alcanzar el tan famoso “cierre” y nos despedimos con un largo abrazo. Sin dudas, el ideal del fin de un tratamiento.
Volví con otra analista tres años después y también con objetivos claros. Este tratamiento fue un acompañamiento clave en mi debut en la maternidad. Si bien valoro positivamente todo lo que me dejó, el final fue abrupto. Porque sentí que las inquietudes que yo planteaba mi terapeuta no las registraba como un problema. Entonces, si lo que yo le cuento no le interesa, ¿qué hago todos los martes a las 2 de la tarde sentada ahí? Armé mis valijas y me fui de esa relación. A la distancia, creo que la misión ya estaba lograda. Pero yo me empecinaba en más. Hay que saber aceptar hasta dónde uno puede llegar en determinados momentos de su vida. Y ser feliz con eso.
A la tercera me llevó también el cuerpo, con una somatizacion violenta. Empezamos bien, pero después la cosa un poco se enrareció. Había veces en que mi terapeuta me llevaba a lugares a los que yo no quería ir, pero no por negación sino porque sentía que no me aportaban nada a los temas que quería trabajar: era más bien una “transferencia inversa” de sus deseos y pensamientos hacia mi persona. Esta vez, aproveché la circunstancia de un cambio laboral para plantear mi voluntad de irme. Ella intentó retenerme, pero terminé casi dando el portazo. En realidad: le dije que me era absolutamente imposible seguir yendo por dificultades de horario, lo cual era bastante cierto, y me fui. 
Mi primer y humilde consejo sobre la terapia es que no duden en recurrir a ayuda de un profesional cuando cualquier situación las angustie o las haga sentir mal. ¿Y para dejarla?
  1. Confíen en ustedes mismas para saber cuándo salirse. Si no hay avances en un determinado tiempo o se empieza a dar vueltas en círculos, la cosa puede no estar funcionando.
  2. No comparar. Fulana quizás fue menos tiempo, la psicóloga de Mengana le dice tal cosa… Pero Fulana es Fulana, Mengana es Mengana y yo soy yo. Tengo que analizar cómo me siento yo en relación a mi tratamiento y mi analista. 
  3. El terapeuta siempre va a tener más recursos. Te va a traer a colación esa situación no resuelta del verano de 1995 como una prueba determinante de que hay que seguir. Pero una sabe realmente cuán importante fue el verano de 1995. Si tiene razón y eso todavía nos sigue haciendo daño… quizás aún no sea tiempo de dejar.
  4. Tomar las riendas. La terapia, en definitiva, es de una. Una se inmola ahí exponiendo su total intimidad. Tiene todo el derecho de decir: “Esto no me sirve”.
  5. No dudar en volver. Aún cuando hayamos cerrado el tratamiento, puede al tiempo aparecer una nueva gotera que necesite reparación. Lo que importa es sentirse bien con una misma. Nunca lo pierdan de vista. 
Esta nota se publicó originalmente en Disney Babble Latinoamérica.

11 nov 2014

Por qué amamos Toy Story



erdí la cuenta de cuántas veces vimos en casa Toy Story 3. Varias, con la película ya terminada, nos poníamos a fantasear con mis hijos en cómo sería Toy Story 4. Que los juguetes vuelven a Sunnyside, que viven nuevas aventuras con Bonnie, que Bonnie crece y, como Andy, tiene que desprenderse de esos amigos que la acompañaron por años. Es que, claro, es imposible que la historia de Woody, Buzz Lightyear y la pandilla termine ahí. Por suerte, lo que tanto esperábamos los fanáticos se cumplió: Disney anunció que se viene Toy Story 4.
La película se estrenará en junio de 2017. No trascendieron detalles del argumento, pero los anticipos que tuvimos en los brillantes cortos que le siguieron a Toy Story 3 (la fiesta de la espuma de Rex, el grupo de autoayuda de muñequitos descartados y el Toy Story de terror) ya nos hacen descontar que lo que se viene será bueno. Pero, ¿qué es lo que nos gusta tanto de Toy Story?
La película que cambió todo. En la animación, hay un antes y un después de Toy Story. Estrenada en 1995, la película dirigida por John Lasseter fue la primera de la historia del cine hecha íntegramente por computadora. El universo que abrió Toy Story, y que luego exploraron decenas de películas, tiene altísimos puntos en otras creaciones de Pixar como Toy Story 2 y 3Monsters Inc. y Buscando a Nemo
Una idea genial. Cuando era una niña, estaba convencida de que mis muñecas hablaban y se movían a la noche, cuando yo me iba a dormir. Todos los chicos fantasean con ese mundo paralelo. Explotar esa fantasía es el primer gran hallazgo de la película.  
La única saga que se supera a sí misma. Creo que no hay otro ejemplo en el cine de una trilogía en la que la primera película sea excelente, la segunda sea mejor que la primera y la tercera incluso mejor que su predecesora. No solo en la animación, sino en el desarrollo de la historia y en la construcción de los personajes. 
Los protagonistas. El antagonismo inicial (que puede sintetizarse en lo conocido versus lo nuevo) termina convirtiéndose en complemento. Están tan bien delineados y son tan humanos esos muñecos, que es imposible no quererlos.
Los personajes secundarios. Tuvimos pérdidas… perdimos a Betty y a Wheezy, pero la familia suma nuevos miembros, uno más interesante que el otro. Jessie y Tiro al Blanco aportaron frescura en la mitad de la trilogía y en la tercera se incorporaron varios grandes personajes como Trixie y Mr. Pricklepants (¡Señor Lasseter, sé que es muy malo pero por favor dele otra oportunidad a Lotso!)
El valor de la amistad. Toy Story es, en definitiva, una historia sobre lo que significa ser un amigo. Y por eso es tan recomendable verla y analizar sus valores con nuestros hijos. Los amigos pueden ser distintos. Los amigos pueden no entenderse al principio. La amistad se construye. Los amigos se ayudan. Los amigos discuten. Los amigos saben perdonar. Los amigos no se abandonan. Los verdaderos amigos son capaces hasta de arriesgar la vida por el otro.
La emoción sin golpes bajos. Apela a nuestros sentimientos de una manera genuina y honesta, con varias escenas de antología. Algunas de mis preferidas: Buzz enfrentando la realidad de su destino delante de un televisor (“No es un juguete volador”), Jessie narrando el abandono por parte de Emily, el video grabado por la mamá de Andy con el que arranca Toy Story 3 y el enorme regalo que Andy le hace a Bonnie en el final.
El humor efectivo e inteligente. Desde pequeños gags hasta secuencias completas (me sigue haciendo reír mucho la del mono que todo lo ve), Toy Story es divertida para los chicos y para los adultos.
La tensión hasta el final. Cada una de las películas tiene la gran virtud de atrapar al espectador y no soltarlo ni en la última escena. ¡Cómo sufrimos con Buzz y Woody planeando sobre el camión, rescatando a Jessie en el aeropuerto y tomándonos las manos todos camino al incinerador!
“Al infinito… ¡y más allá!”. La frase que más repite Buzz es también un mensaje de la película. El infinito no está en el espacio exterior, sino que es el límite que les ponemos a nuestras metas. Y podemos ir incluso más allá de él.


Esta nota se publicó originalmente en Disney Babble Latinoamérica

9 nov 2014

Claves para aprovechar el CyberMonday

Después del Black Friday que algunas marcas desarrollaron el viernes con fuertes descuentos, las "rebajas violentas" se trasladan este lunes y martes a la Web con otra edición del CyberMonday.

Organizado por la Cámara Argentina de Comercio Electrónico (CACE), el evento de compras online volverá a reunir ofertas especiales para la Web de los principales sitios de compras de todos los rubros, con descuentos de hasta el 50%. Entre otros, participan Mercado Libre, Falabella y Lan (consulta el listado de sitios participantes).

Previendo la gran convocatoria online que otra vez va a tener el CyberMonday, desde la CACE difundieron recomendaciones para aprovecharlo:


Prepararse antes
  • Registrarse en el sitio de CyberMonday (www.cybermondayarg.com.ar) y seguir las cuentas oficiales de @Cybermondayarg en Twitter y Cybermondayarg en Facebook para recibir las novedades.
  • Registrarse en el sitio de las marcas participantes en las que se quiere comprar.
  • Verificar con anterioridad el límite de la tarjeta de crédito y corroborar con qué medios de pago hay facilidades de financiación.


Durante la compra
  • Por seguridad, acceder las tiendas que participan del evento únicamente a través del sitio de Cyber Monday o de las comunicaciones oficiales con ofertas.
  • Aprovechar las ofertas para adelantar las compras navideñas.
  • Comprar los productos de interés en el momento, porque puede agotarse el stock.
  • Organizar la compra: armar previamente un listado de productos de interés.
  • Si se paga en efectivo, realizar el pago cuanto antes para que el envío no se demore.
  • Ante una duda sobre el producto o las condiciones de compra, contactarse con la empresa vendedora antes de realizar la compra.


Antes de cerrar la compra
  • Analizar las opciones de envío y los tiempos de entrega: pueden variar dependiendo del producto y de la zona geográfica.
  • Anotar el número de pedido y el código de seguimiento para rastrear el paquete.
  • Verificar las políticas de cambios y devoluciones de cada tienda.
  • En caso de algún inconveniente en la compra, comunicarse directamente con la empresa en la que se adquirió el artículo.


Compra de indumentaria y calzado
  • Usar los filtros de talle, color, estilo.
  • Utilizar el menú para ver el producto por categoría, las novedades y las tendencias.
  • En el caso de los zapatos, usar la sugerencia de calce y horma.
  • Estar atento a los talles y verificar las medidas con un centímetro.


Foto: Tim Reckmann/Flickr