Uno de los hábitos que me inculcaron en la infancia y que más agradezco hoy –en especial a mi hermano mayor—es el amor por los libros. Por la lectura, y también por los libros como objetos, que en mi casa están por todas partes (no llego al extremo de una tía que tiene una pequeña biblioteca en el baño, pero sí hay libros en mi cocina, de recetas, claro).
Disfruto de leer. Me desconecta de esta realidad y me lleva a otras, paralelas y perpendiculares. En mi casa de la infancia también había muchos libros. Y aunque he escuchado alguna vez que de una casa con libros salen lectores, doy fe de que no siempre es así.
Un lector no nace. Se hace. O se lo hace. La escuela cumple un rol importante, pero como padres mucho podemos influir para formar un niño lector.
Una investigación reciente realizada en la Argentina dio cuenta de que si bien todos los padres valoran la lectura, sólo la mitad les lee a sus hijos. Según la Fundación Leer, que hizo la encuesta, leer en voz alta a los chicos tiene muchos beneficios: los ayuda a asociar la lectura con sentimientos de placer y ternura, a enriquecer su vocabulario, aprender sobre diferentes temas, mejorar su capacidad de escucha, conocer el lenguaje escrito y comenzar a reconocer sus diferencias con el lenguaje oral.
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