Por qué no pienso dejar de trabajar


Cuando era una niña, mi madre se solía indignar delante del televisor cuando en algún programa entrevistaban a una mujer y le preguntaban “señora, ¿usted trabaja?” y ella respondía “no, soy ama de casa”.
Crecí entendiendo que ser ama de casa es un trabajo. Cuidar a los hijos y hacer que una casa funcione requiere tantas habilidades y esfuerzo como los del padre que pasa ocho horas en la oficina. Pero, del mismo modo, crecí en la convicción de que hay que desterrar ese concepto del “ama” de casa para pasar al de “amos”, en el que hombres y mujeres compartan las cargas domésticas y hombres y mujeres compartan el ingreso familiar. 
Algunas veces, en momentos en los que no la estaba pasando bien, con mis hijos muy pequeños, analicé la opción de dejar de trabajar. Tendríamos que achicar gastos, pero parte de lo que yo dejaría de ganar se compensaría con la niñera que ya no pagaría. Pero esa chance no pasó a una segunda instancia de mi pensamiento. 
Mi padre murió cuando yo tenía dos años y estoy segura de que ese hecho fue determinante, como en tantas cosas de mi vida, para marcar mi pensamiento en esto. Sin ser drástica, nadie me garantiza que mi marido no me deje cualquier día por otra. Y mi sustento, y el de mis hijos, me lo quiero ganar yo.
¿Orgullo o instinto de supervivencia? Quizás las dos cosas. O tal vez también pienso que el trabajo dignifica al ser humano, más allá de su género. Y creo que si tienen la suerte de trabajar en lo que les gusta, se van a sentir realizadas. Porque no todo es cuestión de dinero.
Estoy convencida de que les transmito un buen ejemplo cada mañana cuando los dejo en la escuela y sigo para el trabajo, cuando me ven involucrada con mi profesión, cuando les muestro que estudié y me esforcé y me esfuerzo cada día para ser mejor en lo que hago, cuando les mostramos con su padre que todas las cosas materiales que ellos tienen son gracias a nuestro trabajo, cuando con él compartimos las cuestiones domésticas a la par, “trabajadores” y “amos de casa” ambos.
Creo que se puede ser una buena madre incluso cuando trabajen muchas horas o el trabajo las obligue a viajar, estar fuera por las noches o los fines de semana. Hay que aprender a sacarse de encima la culpa. Es fundamental saber estar plenamente con los hijos cuando estamos y mostrarnos siempre dispuestas a escucharlos cuando no estamos. Hay que invertir en calidad de tiempo más que en cantidad.
Por todo esto es que, mientras pueda, no pienso dejar de trabajar. 

Este post se publicó originalmente en Disney Babble

Adriana Santagati

Soy periodista desde hace 20 años y mamá desde hace 10. Edito en Clarín Sociedad, soy blogger en Disney Babble y escribo en Ciudad Nueva. En este blog recopilo noticias, consejos, experiencias y reflexiones sobre todo lo que nos atraviesa en nuestra vida cotidiana (y en especial en la maternidad/paternidad).

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