Hace unas semanas, hablaba con una amiga que tiene una hija casi de la misma edad que la mía. Me contaba de sus resistencias a que usara redes sociales y, obviamente, celular. Me quedé pensando en qué difícil es abstraer a nuestros hijos de la tecnología, y abstraernos nosotros también. Y si, en realidad, es eso algo deseable. ¿Está bueno mantener a nuestros chicos fuera del mundo online?
A principios de año, el Banco Central puso nuevas disposiciones para que los adolescentes pudieran tener una cuenta bancaria y una tarjeta de crédito. Me llamó muchísimo la atención de los comentarios que recibí por el post, y también que leí en otras publicaciones que difundieron esa noticia, la gran cantidad de padres que estaban abiertamente en contra.
Muchos adultos tienen una resistencia a la tecnología respecto de sus hijos. La tecnología aparece como un “cuco”. Creo que es por varios motivos. Muchas veces sentimos que ellos la manejan mejor que nosotros, y que no tenemos nada para decirles. Error: nuestros hijos, nativos digitales, pueden tener más claras cuestiones técnicas de la herramienta, pero el uso que deban hacer de ella implica valores y conocimientos del mundo que sólo sus padres pueden transferirles. También a veces nos sentimos sobrepasados: la cantidad de información y de recursos nos resulta inabarcable y pensamos que todo se nos va a escapar. Pensamos que las redes son incontrolables y desestimamos que debemos enseñarles a nuestros hijos a saber manejarse en ellas del mismo modo que les enseñamos a hacerlo en la calle. Pero me parece que la principal razón es que aún no somos realmente conscientes de que la tecnología no es algo que está afuera, sino que atraviesa nuestra vida cotidiana.
El ejemplo más simple es el que les contaba al principio: el uso por parte de los chicos. Sin embargo, yo creo que es una herramienta que hay que tener como aliada, por ejemplo, en la educación. En varias escuelas en la Puna, los alumnos cursan la secundaria a distancia gracias al WhatsApp, pero no hay que irse tan lejos: hoy nuestros chicos “urbanos” convirtieron a Internet en su biblioteca. A los míos, por ejemplo, los estimulo a buscar las palabras que no saben en la aplicación del diccionario de la Real Academia Española (que es genial y se la pueden bajar gratis al celular). En la escuela, varios de sus docentes ya los habilitan a recopilar información para sus tareas en páginas de Internet. Lo importante acá es la guía de los adultos para estimular el pensamiento crítico, enseñarles a distinguir las fuentes confiables de información y evitar de todos modos el copy paste (que en realidad también muchas veces lo hacíamos nosotros con los libros, pero era más engorroso porque había que escribirlo a mano).
La tecnología es controversial en muchas áreas, por desconocimiento o porque plantea desafíos. Un caso emblemático es la salud, donde muchas veces hay críticas a procedimientos médicos o investigaciones novedosas. Aún hoy existen resistencias de algunos sectores a los tratamientos de fertilización in vitro, que han posibilitado que millones de personas en todo el mundo puedan formar una familia. El rechazo es aún mayor en prácticas como la selección de embriones, que permite evitar el desarrollo de ciertas enfermedades. En esos procedimientos hay ciencia, y tecnología para llevarlos adelante. Pero también hay tecnología detrás de esa mamografía que nos puede permitir detectar a tiempo un cáncer de mama y salvar nuestra vida. O de los nuevos medicamentos, como la inmunoterapia que ataca de manera más eficiente los tumores o los fármacos biológicos que por primera vez permiten tratar enfermedades muy dolorosas y limitantes, como la hidradenitis supurativa o la artritis.
También hay tecnología todos los días en lo que comemos, sin que siquiera nos demos cuenta de eso. En la agricultura, por ejemplo, la biotecnología permite modificar genéticamente las semillas para que precisen menos plaguicidas o tengan más nutrientes o nuevas propiedades. Las técnicas de precisión lograron que los fertilizantes y los insecticidas (que también se optimizaron gracias a los avances tecnológicos) se apliquen ahora en las plantaciones de manera más eficiente que años atrás, para producir más y minimizar el impacto en el medio ambiente. Y una vez que los productos ya están camino al súper, la tecnología se usa para monitorear la trazabilidad de los alimentos y garantizar su seguridad (el ejemplo más concreto es el mantenimiento de la cadena de frío de los lácteos y otros productos frescos).
Podemos seguir con los ejemplos del modo en que la tecnología irrumpió en la vida cotidiana en los últimos años: el home office que simplificó nuestro trabajo, los nuevos sistemas de identificación digitales, el GPS que usamos para todo, la economía colaborativa (con el modelo Uber y Airbnb y cada vez más aplicaciones), la billetera digital que ya no nos hace necesitar efectivo… Todo esto, y todo lo que se viene (como la Internet de las Cosas, los objetos cotidianos conectados a la Web), me hace pensar que negarles el acceso a la tecnología a nuestros chicos no es, definitivamente, una buena opción. Porque la tecnología ya está con ellos y también con nosotros, los adultos, derrochando montones de beneficios.
Foto: Flickr
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