No hace mucho fui a un recital de una banda indie que me encanta. Mi primo y yo éramos seguro los más viejos del público, promediando los 40. Más clima de discoteca que de recital, no me sorprendió tanto cierta frialdad de los que nos rodeaban (¿pero estos chicos no cantan?) como la forma en que muchos estaban viviendo la experiencia: a través de una pantalla. A un lado, un chico grabó integra la hora de show con su Smartphone. Al otro, tenía un grupo de casi adolescentes que no paraban de sacarse fotos con una súper cámara con un súper flash, con la banda de fondo, como si fuera su telonera.
Dos semanas después llevé a mi hijo a un espectáculo infantil en el teatro. Mucha música y despliegue escénico. Todo fantástico, salvo que tuve que ver medio show a través de la tablet de la señora que estaba tres filas delante mío, y que justo obstruía mi ángulo de visión del escenario. Ella tampoco paraba de filmar y sacar fotos. Lección aprendida: la próxima saco superpullman.
Escribo esto ahora, sentada en la clase de natación de mi hijo. Somos seis madres de este lado del ventanal y la mitad, en vez de mirar como sus cachorros enfrentan el desafío de tirarse de cabeza, los fotografían o graban en video.
Me puse a reflexionar en que quizás nos estamos perdiendo algo. Aclaro que, aunque mala fotógrafa, soy adicta a las fotos: mi marido me critica porque en los viajes quiero sacar de cada lugar al que vamos, o porque en las fiestas familiares reclamo que todos posemos y salgamos lindos (lo que rara vez consigo). También me gustó siempre registrar algún video corto (¡horror esas películas de dos horas del viaje a Disney!) en el momento clave del acto escolar o cuando los chicos están haciendo algo trascendente como comer sólidos por primera vez o bailar disfrazados la coreo de “One beat”.
Pero esto es otra cosa. No es hacer un alto en la experiencia para registrarla, sino vivir la experiencia a través de su registro para luego postearlo. ¿Cuál es la razón de esa necesidad? ¿Es conservar el recuerdo de lo que hicimos para nosotros? ¿Es mostrarlo para exhibirnos? ¿Es socializarlo y compartirlo?
Me da la sensación de que cuando miramos a través de una cámara, siempre nos perdemos algo. La lente hace un recorte y pone una distancia. Filtra lo que vemos y aplica una intermediación. Recordé una anécdota de un exnovio que hace muchos años había ido a ver las ballenas franca australes a la Patagonia, cuando todavía no había tantos controles para protegerlas en los avistajes y los turistas podían acercarse a su lado. Tuvo sólo unos segundos junto a la ballena y en vez de tocarla prefirió sacarle una foto. No entendí entonces cómo podía preferir conservar una imagen a un recuerdo sensorial.
Algo así. Me parece que de a poco, cada vez más, nos estamos perdiendo de tocar la ballena.
Esta nota se publicó originalmente en Disney Babble Latinoamérica
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