Debe haber pocas cosas más engorrosas para hacer con un niño que ir al médico. Ya cuando voy sola, me fastidio porque sé que NUNCA van a cumplir con el horario que me dieron. No vale llegar media hora antes o media hora después. Siempre hay que esperar.
Aclaro, Docs y secretarias, mi primer trabajo fue en un consultorio médico. Por más que una acomode turnos y el profesional controle el reloj, la regla del anti-horario siempre se cumple. Es una máxima, como que cuando lavás el auto, el pronóstico cambia en 12 horas y llueve.
Esta vez no había que llevar a uno, sino a los dos. Primera consulta, llegamos diez minutos antes. Tres personas en la sala de espera. Ya empecé a transpirar. Un adulto se puede entretener un rato con una revista vieja, pero la receta no funciona con una niña de ocho y, menos, con uno de cinco.
Creo que tardaron no más de un minuto y medio en pedir el celular. Me encontraron en un día con principios, así que les dije que no, que se podían entretener igual sin móvil. Además había solo uno: se lo diera a quien se lo diera, eso terminaba en batalla campal. Iba a ser peor.
Y mis chicos, tengo que confesar, me sorprendieron. La doctora nos hizo aguardar una hora y media (“Pero mamá, ¿lo está operando?”, me pregunto Paloma cuando el paciente anterior no salía, e hizo estallar en una carcajada a toda la sala de espera) y ellos aceptaron el desafío de llenar ese tiempo sentados en un sillón, jugando con nuestros sentidos. Después de la experiencia, armamos los tres un compendio de juegos clásicos “para jugar en la sala de espera”, como los llamamos. A nosotros nos funcionan (sí que hay vida más allá de la tablet). ¡Ojalá que a ustedes también!
- Piedra, papel o tijera. Paloma lo inscribe en la categoría de “juegos de manos”, con todos esos en los que hay que palmearlas y repetir secuencias al ritmo de una canción. Este sirve para los más pequeños. Piedra (mano cerrada) rompe tijera (índice y mayor en forma de V) que corta papel (mano abierta) que envuelve piedra. Diversión asegurada.
- La tienda de Paris. Lo jugaba con mis primos cuando tenía diez años, se lo enseñe a mi sobrina hace una década y es sensación ahora con los míos. El comprador va a un negocio a comprar algo (lo que la imaginación dicte), pero no puede decir ni “sí” ni “no”, ni “blanco”, ni “negro”. La habilidad del vendedor (que no tiene restricciones de palabras) para complicarlo es la clave del entretenimiento.
- Veo veo. Otro clásico de clásicos. El chiquito hace trampa y cambia lo que había elegido en el “¿qué ves? Color, color…”. Hay amenaza de que el juego se termina si lo hace.
- Tutti frutti “pensamiento”. Así llama Paloma a esta versión simplificada que se juega sin escribir. Elegimos tres categorías (países, comidas, colores), uno dice el abecedario en voz baja, el otro dice “basta” y hay que pensar tres palabras que empiecen con la letra elegida. ¡No vale repetir las del compañero!
- El juego de los nombres. Es otra versión del tutti frutti. Esta vez elegimos una letra y decimos nombres que empiecen con ella. Nuestro reglamento no permite apodos, pero pueden hacerlo para que sea más fácil.
¿Se les ocurren otros juegos para la sala de espera? ¡Son bienvenidas las sugerencias!
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