Estimadas señoritas maestras y señores maestros:
Ya les he hablado de todos los desafíos a los que me han hecho enfrentar en los años del jardín infantil. Se han obstinado en hacerme realizar las actividades manuales más variadas, confrontándome con mis limitaciones y llevándome al fracaso. Es eso algo que nadie te dice cuando tus hijos comienzan la escolarización: también hay escuela para padres.
No es la escuela para padres que a los padres nos gustaría que hubiera: una donde nos enseñen a ser eso, padres (perdón por las repeticiones, pero quiero reforzar el concepto). A esa escuela me apuntaría porque los niños no vienen con manual ni tampoco ningún adulto tiene un manual que calce con todos los niños. Hay que ir probando recetas.
La escuela para padres que ustedes proponen implica cursar lo que los hijos están cursando. Acompañar a nuestros pequeños e involucrarnos en su aprendizaje está muy bien y es recomendable, ¿pero hace falta someternos a examen a nosotras?
Durante el jardín tenemos que coser disfraces, realizar collages, descubrir actividades que suenan prehistóricas para una madre moderna como tejer un pompón u otras directamente faraónicas como construir un auto gigante de cartón que pueda manejar el niño (¡sentándose adentro!). Para el comienzo del primer grado, en el colegio de mi hijo tuvieron la maravillosa idea de pedirnos que les preparáramos su primer libro de lectura personalizado. Aunque engorrosa, la búsqueda de las fotos y los textos fue hermosa (rescatar recuerdos y elegir cuentos y canciones como un regalo para él). Pero luego me topé con una barrera infranqueable: cómo transformar eso en algo que pareciera un libro. No, maestras, las madres no somos diseñadoras gráficas. Aunque estaría bien que enseñaran eso en el curso de preparto en vez de tanto pujo: a mí me hubiera servido más para diseñar las invitaciones y las etiquetas del candy bar de cada cumpleaños.
Después vendrán las láminas, los experimentos, las maquetas y las monografías… para hacer en casa. Y por más que una defienda firmemente que los niños aprendan desde pequeños lo que es la autonomía, es imposible mantenerse al margen cuando estallan en una crisis un domingo a la noche porque no logran entender la conformación política de la sociedad maya y el trabajo hay que presentarlo el lunes. O van al psicólogo por dependientes o por el trauma que les causó su madre ese domingo a la noche cuando tenían diez años y se paró delante de él (o de ella) y le dijo “arréglate solo”. Así que nos ponemos a estudiar con ellos.
Si el problema es de matemática, es como ir a la escuela de nuevo. Con el cambio en los métodos de enseñanza, razonados y menos repetitivos, una siente que no entiende nada. Lo mismo si la dificultad está en una lengua extranjera que la madre no domina: ¡cuidado antes de anotarlos en un colegio bilingüe!
Un capítulo aparte son los libros: por favor, antes de solicitar uno, verifiquen que no esté fuera de catálogo. Es desesperante cuando la búsqueda de un libro de texto se convierte en la búsqueda de la felicidad, entrando a cada librería para preguntar si la venden y que te contesten que no la venden (la felicidad ni el libro).
Y ni hablar de cuando hay que organizar una obra de teatro escolar. Madres y padres hemos tenido que hacer el ridículo cantando en un coro o actuando una pieza teatral disfrazados, intentando recordar parlamentos y convirtiéndonos sin éxito en actores pseudoprofesionales. Lo mismo cuenta para la jornada deportiva familiar, en la que una tiene que ponerse a hacer circuitos aeróbicos y saltar aros. Por favor, estimados docentes, no hagan pasar a ninguno más por esa tortura.
En fin, queridos maestros, no hace falta que nos hagan volver a estudiar a nosotros, que ya tuvimos en su debido momento nuestra cuota de ecuaciones y análisis sintáctico. Solo les pedimos que se ocupen de encauzar a nuestros hijos, que ya es mucha tarea.Post en Disney Babble Latinoamérica.
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