DQuiero hacer una confesión con la intención de enmendar mis faltas de algún modo y ayudar a que otras madres no cometan el mismo error. En realidad, ahora que lo pienso mejor, quizás mi falta no haya sido tan grave, sino que el tema es que, para una madre, nunca es suficiente.
Este post se publicó originalmente en Disney Babble.
Lo que tengo que decir es que siento que no jugué con mis hijos todo lo que podría haber jugado. Miro hacia atrás y veo que, aunque siempre traté de estar y de compartir y de disfrutar con ellos, tal vez no hice todo lo que hubiera podido.
Me hizo reflexionar una frase que leí en un tuit de la cuenta de Babble Estados Unidos: una madre tiene solo 900 sábados con su hijo desde que nace hasta que empieza la universidad. ¿900 sábados? ¿Nada más? ¿Menos de mil fines de semana compartimos con nuestros hijos desde que los damos a luz hasta que cumplen la mayoría de edad? Y a esos sábados y domingos hay que descontarles las mañanas de competencia de deportes, las tardes de cumpleaños, las noches que se van a dormir con sus amigos, cuando van a acampar, los años de la adolescencia en los que ya hacen su vida y ni hablar si además nosotras trabajamos en el fin de semana.
La fuerza del número me impactó. Porque nosotras sentimos que el tiempo es eterno: una de las condiciones de las madres es que podemos alterar en nuestra mente la lógica del universo, como pensar que somos indestructibles o que solo nuestra mirada sobre los hijos es la fuerza más poderosa de la naturaleza. Pero ni somos súper heroínas ni el tiempo es eterno. ¿Cuántos de esos sábados priorizamos hacer otras cosas? Por las obligaciones, la falta de tiempo o mil razones que seguramente serán válidas, yo muchas veces lo hago. Tengo que trabajar, tengo que ir al supermercado, tengo que ordenar la casa, tengo que poner el lavarropas.
Muchas veces a los padres nos cuesta darnos cuenta del mejor regalo que podemos hacer a nuestros hijos: simplemente jugar. Más que un juguete caro o el último videojuego, en sus demandas de objetos materiales muchas veces ellos están pidiendo a gritos, sin decirlo, “mamá, dame tiempo”.
No vamos a poder cambiar nuestra realidad ni tampoco tiene sentido autoflagelarnos, pero ese tuit me abrió los ojos. Porque nunca es suficiente el tiempo que podamos pasar con nuestros hijos sentados en el piso armando torres de bloques o dibujando princesas. Creo que esas horas de los sábados que aún me quedan en la cuenta de 900 las intentaré vivir diferente, más involucrada con ellos y disfrutando de otro modo de levantarme temprano para acompañarlos a la competencia de deportes o para cocinar una pizza para la cena. Es ese siempre el tema y el desafío: más calidad que cantidad para hacer “rendir” nuestros 900 fines de semana juntos.
Foto: Flickr / Deni Williams
Este post se publicó originalmente en Disney Babble.
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