Mi hijo es muy parecido a mí. Por eso disfruto tanto las cosas que compartimos y por eso cuando veo en él lo mío que me molesta, luchó por corregir(se)lo.
No somos personalidades deportivas, está claro. A mí dame un libro o una película antes que una hora de gimnasio. Así que intentamos con él estimularlo en la natación, el fútbol, el básquet, el taekwondo, el hockey sobre patines, que ha estado probando con mayor y menor suerte. Pero la idea no es hablar de él, sino de mí. Qué me pasa a mí cuando mi hijo hace deporte.
Una mamá del colegio me dijo una vez algo absolutamente cierto: que los hijos son la horma de tus zapatos. Te desafían en tus puntos débiles, te confrontan con tus miedos, te hacen transitar zonas impensadas. En eso andamos.
Con el fútbol, la natación y el basquet no hubo mayores problemas: como mucho un pelotazo o un poco de agua que le entró por la nariz. Pero ahora, este domingo al mediodía, estamos en la primera competencia de taekwondo. El protector bucal y la "huevera" para las partes intimas que me hicieron comprar me anticiparon que esto no es como las peleítas de las clases semanales. Lo mandan al tatami munido de pechera y casco acolchado y apenas puede moverse, como un Baymax guerrero bastante tosco. Cinturón amarillo, está en el tercer escalón de una escalera de varios cinturones. Enfrente, un nene que le saca una diferencia del 30% en edad, volumen y jerarquía. Temo inmediatamente el riesgo de fractura, contusión cerebral y otros dramas peores. Mi chiquito (porque en estas condiciones mi hijo siempre es mi chiquito) pone cara de pavor a la primera patada voladora precisa de su oponente, pero le da pelea. Mamá filma, porque siempre hay que tomar testimonios de los momentos relevantes de nuestra prole, hasta que apaga el celular y se acerca aún más, previendo la catástrofe, como si estar más cerca pudiera evitarla. El otro lo saca del tatami y me saco yo: encaro al profesor, brotada ante la injusticia de la diferencia. Intenta explicarme que fue un error del juez: había anotados dos nenes con el mismo apellido y mandaron a luchar contra el mío al niño equivocado. Termina la pelea y mi hijo se retira el casco indignado: "¡Me tocó contra un gigante!". Lo abrazo y capitalizo: "¡Peleaste tu primera pelea contra un gigante! ¡Bien!". Pero internamente confronto con lo que significa para mí el gigante y con cuántos gigantes se enfrentará en su vida sin que yo esté cerca para protegerlo.
La reflexión me invade ahora un día de semana, mientras lo miro patinar. Mientras lo miro patinar, me pasan mil cosas por la cabeza. Pero un pensamiento que se destaca es que los hijos terminan haciendo y siendo lo que ellos quieren. Y que está muy bien eso, aunque te cueste horrores aceptarlo. Otro pensamiento es que te sorprenden y que tanto pueden ser incapaces de resolver algo por lo que vos apostarías fuerte, como tener una destreza impensada para algo que en lo que lo considerabas un negado total.
Cuando se puso los patines prestados y entró por primera vez a esta cancha, pensé que la única cosa peor que esto que se le habría podido ocurrir hacer era el boxeo. Caminaba "como pisando huevos", como le dijo el profesor, y yo sólo temía que se desnucara en cada movimiento. El tipo se cayó y se levantó sin chistar. Se cayó 50 veces en las clases subsiguientes y no abandonó: pidió comprarse sus patines y pidió el palo. Viene patinando hacia mí ahora, ágil como una gacela, feliz con una libertad que nunca sentí (jamás me subí a un par de patines porque temía morir) y lo amo infinitamente. Deseo que empiece a corretear con su palo nuevo detrás de esa bochita minúscula, y que me siga sorprendiendo. Que siga siempre sacándome de la zona de confort. Y que él, a mí, me haga perder el miedo.
Hermosa nota.
ResponderEliminarMuchas gracias!!
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