El momento íntimo del parto


Robbie Williams tiene 2,3 millones de seguidores en Twitter y decidió compartir con ellos el nacimiento de su segundo hijo. En realidad, todo el trabajo de parto que llevó adelante Ayda Field, su mujer. En tiempo real, el cantante fue tuiteando en su cuenta desde que Ayda bailaba sensualmente en la habitación cuando el asunto recién está empezando, hasta la sonrisa de ambos cuando el bebé ya nació, y agradeció a los que estaban del otro lado (¿se puede decir así en Twitter?) por haberlos acompañado.
El tema es lo que pasa entre esos dos tweets, que por momentos parece una sitcom y me hizo acordar mucho al memorable capítulo de Friends del parto de Rachel. Hay situaciones en las que una puede reírse, por ejemplo cuando Ayda va caminando por un pasillo del hospital con el suero y parece ser Robbie el que va a parir, o cuando la mujer está doblada de dolor y él pasa de confortarla tiernamente a preguntarle si combinó bien los pantalones. Pero una no puede menos que compadecerse de Ayda cuando la partera le pide que puje y él insiste en cantar “Let it go”. “¡Puedes dejar de cantar Frozen!”, le implora ella.
Todavía menos suerte que Ayda tuvo una mujer en Estados Unidos que, como no llegaba al quirófano, terminó pariendo en el estacionamiento del hospital, mientras su marido grababa toda la secuencia completa con una cámara Go Pro colgada en su cabeza. Juro que si hubiera tenido a ese hombre delante de mí en ese momento, le hubiera dado vuelta la cara de un cachetazo (sí, violencia de género).
No debe haber experiencia más movilizante para una mujer que un parto. OK, padres, me dirán que para ustedes también: estimo que seguramente sí, pero les garantizo que de ninguna manera (para bien y para mal) se acerca a lo que sentimos nosotras, poniendo el cuerpo entero para abrirnos a que salga de él algo que nos es tan nuestro y a la vez tan ajeno. Y por más que en este caso se ve que fue todo consensuado y que por momentos Ayda se divirtió, debo admitir que esta costumbre cada vez más extendida de registrar el parto -e incluso ahora de compartirlo por las redes sociales- me perturba.
Recuerdo mi primer parto. Mi esposo me acompañó todo el tiempo, pero esos diez minutos en los que me quedé sola en el quirófano mientras él hacía los trámites, partida de dolor por las contracciones, fueron los más largos de mi vida. Lloraba sin parar entre el grito de cada contracción. Te sentís sola, te sentís vulnerable y sentís que no tenés el control. O al menos eso sentí yo, ya con una cesárea decretada por meconio, a merced del anestesista y los médicos, solo pudiéndome preocupar en ese momento por que mi hija estuviera bien. En el segundo llegamos más armados, pero después de un embarazo complicado, por lo cual la ansiedad era la misma o aún mayor.
Aunque la partera y la tía, que es obstetra y nos acompañó en el parto, me ofrecieron grabarlo como han hecho varias de mis familiares y amigas, nos negamos. Me negué porque siento que el parto es un momento íntimo e irrepetible de encuentro con tu hijo y que realmente no importa ese registro. ¿Echarán de menos ellos algún día no ver esa primera imagen todos llenos de cebo saliendo de la panza de su mamá? No lo creo. Sé que en algún lugar de su alma estará guardado ese primoroso primer abrazo que les di, cuando me los pusieron sobre mi pecho y les dije, con la mayor alegría que una mamá puede tener: “Llegaste”. Yo no necesito nada más.
Foto: Raphael Goetter/Flickr

Esta nota se publicó originalmente en Disney Babble Latinoamérica. 

Adriana Santagati

Soy periodista desde hace 20 años y mamá desde hace 10. Edito en Clarín Sociedad, soy blogger en Disney Babble y escribo en Ciudad Nueva. En este blog recopilo noticias, consejos, experiencias y reflexiones sobre todo lo que nos atraviesa en nuestra vida cotidiana (y en especial en la maternidad/paternidad).

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