Cuando una decide aceptar el trabajo de madre, la única experiencia que tiene en su currículum vitae son sus años como hija. Las décadas cumpliendo tareas de becaria permiten presumir que, cuando una llegue a gerente, no hará sufrir a sus empleados con las mismas molestias que nuestra jefa nos hizo pasar a nosotras.
Pero no. Resulta que, inexorablemente, vamos a repetir las cosas que nuestra madre decía y que tanto nos molestaban. Como si se llevaran grabadas en el ADN de la maternidad.
En casi diez años en esta empresa, estas son las frases que yo odiaba que mi madre dijera y que me escucho decir ahora (seguramente se sumarán más en los próximos años).
- “Llévate el saco”. Por Dios, ¿por qué madres e hijos tienen un termostato distinto? Mi madre me obligaba a abrigarme y todavía hoy me dice “llévate un saquito” cuando me ve salir. Y yo, que soy friolenta hasta en el trópico, insisto para que los míos se pongan el buzo al ir al colegio. Mi hija me dice lo que yo le decía a mi mamá, así que negociamos: salen con el buzo, si hace frío se lo llevan y si no me lo traigo yo.
- “Pon el agua más caliente”. Una variante de la anterior. De niña el agua de la bañera era tan caliente que sentía que me despellajaba como un pollo. Y les sugiero que cierren un poco el agua fría, por esa ridícula sensación de que si el agua no está caliente tomarán frío y les hará mal (yo nunca dije que una madre es racional).
- “Camina derecha”. Mi madre vive con artrosis desde que tengo uso de razón y me torturó cada día de mi vida con que tuviera una buena postura. Obvio que no le hice caso y padezco hoy mis contracturas. Intentando evitar que a mi hija le pase lo mismo, repito el mantra: “saca pecho y mete barriga”.
- “Baja el volumen”. Yo no escuchaba los dibujos animados, ¿por qué mi mamá quería que bajara el volumen? “No escucho”, dice mi hijo, y a mí me explotan los oídos con la televisión al máximo. Conclusión: los niños son más sordos que los adultos.
- “Ve al baño antes de salir”. “No tengo ganas”, decía yo, cuando en realidad era que me sacaba el último ratito para jugar. “Ve al baño”, me escucho decir cada vez que estamos por salir de casa…
- “Toma agua”. De niña parecía entrenada para correr una maratón en el desierto y ella insistía con la hidratación. Lo mismo que hago con mis hijos, para inculcarles un hábito saludable y gratuito.
- “No se puede tener un perro”. Viví todo la infancia en un departamento tipo casa. “No hay lugar”, “un perro necesita espacio”, “precisa un jardín donde moverse”, explicaba mi madre, sin sentido para mí. Esta Navidad, mi niño pidió un perro y lo convencimos de que Papá Noel no puede llevar seres vivos a modo de regalo en el trineo (solo los renos). A la mayor le expliqué lo mismo que decía mi madre y sumé razones, como que nunca estamos en casa y que el pobre perro se la pasaría solo todo el día. Yo me vengué de mi madre a los 20 años: me conseguí una perra que se terminó quedando en casa con ella cuando me casé. Era pequeñita, acorde al tamaño de mi casa. Ya sé que mis hijos, siguiendo la línea, también se tomarán revancha. Pero si recuerdan haber leído esto, honrarán el nombre de su abuela y me harán pasar a vejez con un perro grande como un rottweiler.
Post en Disney Babble Latinoamérica.
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