Chris Sacca es multimillonario. Hizo su fortuna como inversionista en compañías tecnológicas como Twitter o Ubber. Un gladiador de las finanzas en Silicon Valey, un coliseo dominado por hombres donde al talento femenino le cuesta hacerse su lugar, al punto de que hay empresas que les pagan a las mujeres para que posterguen su maternidad para poder hacer carrera.
Sacca también es padre. De tres hijas. Por eso hay que prestarle atención a lo que dice. En esa unión del “mundo-masculino-externo” y el “mundo-femenino-hogareño” que expresa con sus ideas, llama a una reflexión muy interesante sobre cómo criamos a nuestros hijos y cómo nuestra sociedad puede realmente romper la brecha de género. Sacca generó una revolución en las redes planteando que quiere criar a sus hijas como guerreras. En una entrevista con el sitio Mashable, profundizó algunas de esas ideas.
El empresario sostiene que vivimos en una cultura que no cría a las niñas para que sepan sobre finanzas o economía y, del mismo modo, no las estimula a emprender. Lo hacemos de manera deliberada y en apariencia sutil: cita que en un conocido negocio de Estados Unidos, los stickers para niñas son solo de princesas y hadas, mientras que los de niños son solo de carreras y deportes. En coincidencia con lo que dice, creo que conozco una o dos jugueterías donde los juguetes no estén divididos en rosa y celeste.
“Va a llevar un cambio cultural total modificar esto. Como varón, en nuestra cultura estás permanentemente desafiándote”, dice Sacca. Y tiene razón: en los juegos y en las actitudes que promovemos en nuestros hijos, todo el tiempo los estamos desafiando a romper barreras, superar metas, alcanzar objetivos. “No estimulamos los mismos comportamientos en las mujeres”, afirma. Pensemos: como mamás, ¿estimulamos siempre por igual en este sentido a hijos e hijas?
Sacca cuenta que a la mañana, mientras desayunan, ve con sus hijas el comportamiento de las acciones en la bolsa. Si el color es verde, es que están ganando dinero. Si es rojo, están perdiendo y les pregunta qué debería hacer la empresa para dejar de perder. A la noche, las entrena en la negociación, otro arte que a las mujeres no se nos suele dar tan bien en el ámbito laboral (donde muchas veces debemos negociar con jefes hombres). Lo hace con la elección del libro que van a leer antes de ir a dormir. “Les pido que me den un número de libros. Usualmente dicen 10 o un millón. Yo ofrezco solo uno. De ahí negociamos hasta llegar a un número razonable. Quiero que tengan estas habilidades y herramientas porque siento que es algo que no le enseñamos a las chicas”, explica.
Según el empresario, “no tratamos a nuestras hijas como si tuvieran el poder de ser las líderes del mañana y aún dudamos a la hora de promover o apoyar a las mujeres dentro de la industria”.
Creo que no criamos a nuestras hijas para que dirijan el mundo (o no las criamos tan bien como deberíamos) porque nosotras mismas no terminamos de creernos que podemos dirigir el mundo. Seguimos pensando que se necesitan atributos asociados a lo masculino para ocupar posiciones de liderazgo, sin asumir por un lado que si quisiéramos cultivar esos atributos (como la fortaleza) podríamos hacerlo porque no son necesariamente biológicos. Y, por otro lado, no terminamos tampoco de aceptar que las mujeres podemos aportar una sensibilidad quizás sí asociada con la condición biológica del “anidar” de la maternidad que les dé a las organizaciones una mirada diferente, más amplia e innovadora. No nos damos cuenta de que no solo no somos menos que los hombres, sino que hasta quizás tengamos ventajas comparativas sobre ellos.
Son siglos de cultura que hay que poner patas para arriba, pero los cambios a veces pueden acelerarse más de lo que uno cree. ¿Está mal que nuestras hijas jueguen a ser princesas? No: podemos criar princesas que tomen su caballo, salgan a defender su reino y quizás en 30 años sean la CEO de una multinacional. Y también criar campeones que cambien pañales sin vergüenza y puedan lavar los platos. Hay que romper estereotipos, empezando por los nuestros propios.
Foto: Flickr / Amanda Tipton
Esta nota se publicó originalmente en Disney Babble.
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