Hace unos meses, recibí un mail de un centro de salud mental que hablaba sobre cómo prevenir el estrés. No sé por qué lo recordé en tiempos de balances de fin de año. O sí sé por qué: porque es un objetivo que no cumplí un año más, y porque me lo volveré a plantear para éste que recién comienza con la esperanza de tildarlo como logrado dentro de 12 meses.
Así que volví a ese mail que, instintivamente, había guardado en mi casilla. “23 consejos para reducir el estrés de tu vida”, se titulaba. Hémera, la institución que lo mandaba, es una fuente que he citado en algunas notas, así que me generó cierta confianza. Lo volví a leer, detenidamente. Sintetizo los consejos:
- Identificar de dónde viene el estrés.
- Anticipar posibles fuentes de estrés y enfrentarlas con calma.
- Aprender ejercicios de respiración y relajación para aliviar la tensión corporal.
- Recurrir a la visualización como técnica para manejar el estrés y reducir la ansiedad.
- Reconocer cómo los pensamientos condicionan sentimientos y conductas. Si pensamos catastróficamente, activaremos una respuesta emocional de alerta.
- Aprender a darse cuenta del enojo que generan las distintas situaciones para poder actuar racionalmente.
- Organizar el tiempo y no dejar cosas para mañana porque lo pendiente, estresa.
- Comunicarse de manera efectiva, expresando correctamente las opiniones y sentimientos.
- Hacer una dieta balanceada y ejercicio de manera habitual.
- Usar el fin de semana para cambiar el ritmo, hacer contacto con la naturaleza y planificar pocas actividades, pero placenteras.
- No contestar “sí” inmediatamente sin estar seguro de que vamos a tener energías y tiempo. Un “dejame ver” también es válido.
- Dejar todo lo que puedas preparado la noche anterior: desayuno, luncheras, ropa, mochilas escolares, papeles para el trabajo, etc.
- Despertarse 20 minutos antes de lo habitual: es más fácil reponerse de un rato menos de sueño que lidiar contra las complicaciones cotidianas como el tránsito o los chicos que tiraron la leche.
- Hacer una cosa por vez. Por ejemplo, no atender inmediatamente el celular si estamos hablando con alguien.
- Rescatar la importancia del tiempo para el ocio: parar resulta imprescindible.
- No correr. Las cosas más importantes de la vida son aquellas que nos pasan sin que podamos controlarlas o agendarlas.
- Dedicar tiempo al paseo y a la diversión.
- Darse un buen baño con tiempo suficiente para el relax.
- La música tranquila, con sonidos de la naturaleza, ayuda a bajar el ritmo acelerado del día.
- Intentar cambiar el ritmo y el clima interior antes de llegar a casa: para no intoxicar nuestro hogar con preocupaciones y problemas del ámbito laboral. Tomarnos antes un rico café, ir al gimnasio, o poner linda música.
- Hacer el amor.
- Mimarse. Ir a la peluquería, darse un masaje relajante, hacerse un regalo, cada uno dentro de sus posibilidades.
- Tomarse un fin de semana libre cada tanto: alejarse del ruido de la ciudad y conectarse más con la naturaleza.
Cuando empecé a leer la lista, lo primero que pensé fue: “Esto es una sarta de obviedades”. Y me enojé, porque esperaba encontrar en ella una verdad revelada, la solución a todos mis males. Pero la seguí leyendo. Y a medida que avanzaba en ella, me di cuenta de que no era una pavada como me había parecido. O, mejor dicho, me hizo pensar que quizás la clave de por qué nos cuesta tanto manejar el estrés es porque nos estresamos por una suma de “pavadas” que hacemos o que no hacemos. Por ejemplo: correr al celular ante cada ruido que hace, sin importar si es una llamada, un mail o un SMS promocional. Otra: tomarnos una ducha con tiempo. ¿Cuántas veces por semana nos bañamos contra reloj? Más: intentar satisfacer a todo el mundo. Nos sentimos en deuda si decimos que “no” a alguien. Pero, como decía mi tía Sisina, a veces es preferible ponerse rojo una vez que amarillo diez. Sigo: hacer el amor. ¿Nunca dejamos para lo último el encuentro con nuestra pareja, sólo después de haber cumplido toooodaaaas nuestras obligaciones? La última: conectarnos con la naturaleza. ¿No es cierto que sólo pisar el pasto o respirar aire puro nos pone en otra sintonía?
Y paré ahí, porque si seguía, les iba a terminar dando la razón en todo –sí preparo todo la noche anterior y sí debo reconocer que funciona–. ¿Por qué nos cuesta tanto aprender a poner el freno? ¿Por qué vivimos como hamsters, dando vueltas en una rueda que no podemos parar? ¿Por qué nos resulta tan difícil hacer esos pequeños cambios?
¿Vos cómo enfrentás el estrés de la vida cotidiana?
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