Hace un mes, el Ministerio de Educación dio a conocer los resultados de la prueba Aprender, un operativo de evaluación de los alumnos de 6° grado y 5° o 6° año que tiene como objetivo medir los conocimientos básicos de los chicos en áreas fundamentales con el fin de establecer estrategias para mejorar los rendimientos. Los resultados fueron negativos y ocuparon tapas de diarios, intensos cruces en las redes sociales y largos minutos de debate en la radio y la TV.
En lo que no hubo discusión fue en que la materia que representa mayores problemas para los alumnos argentinos es matemática: 7 de cada 10 alumnos que terminan el secundario no tiene un nivel satisfactorio en matemática y 4 de cada 10 directamente están debajo por el nivel básico (apenas pueden manejar las cuatro operaciones de suma, resta, multiplicación y división).
Pasada la conmoción por los datos y las discusiones que deben darse a un nivel que nos excede (esto es, política educativa y todo lo que ello implica), viene una pregunta que como padres no podemos dejarnos de hacer: ¿qué podemos hacer nosotros para ayudar a que nuestros hijos no fracasen en estos aprendizajes?
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La matemática se enseña hoy de manera muy diferente a como se enseñaba cuando nosotros éramos chicos, eso está claro: la famosa diferencia entre la cuenta parada y la cuenta acostada. Es un enfoque que deja de lado la memoria y la repetición para indagar en los conocimientos previos y se basa en la resolución de los problemas. Por eso, muchas veces, los padres no entendemos lo que hacen nuestros chicos y eso nos deja un poco desconcertados cuando aparecen los problemas. Pero, admitámoslo, aprender matemática nunca fue fácil. Recuerdo cuando yo iba a la escuela, que pese a haber tenido excelentes profesores en esta materia y una cierta facilidad para la resolución de los ejercicios, me resultaba una tortura. Siempre mi camino fueron las letras y no los números, pero evidentemente hay una cuestión ahí que, creo, empieza a obstaculizar las trayectorias educativas. Y probablemente parta de nuestro propio preconcepto como adultos sobre esta disciplina y cómo les transmitimos eso a los chicos.
“El aspecto emocional, la influencia que tiene la ‘historia’ de la matemática en cada familia y en cada docente, impacta directamente en cómo el niño va a percibir la disciplina como algo posible o no de afrontar. Esto se suma al imaginario social de que ‘ser bueno en matemática’ equivale a ser inteligente aún es algo a seguir desterrando, aunque actualmente sabemos que el ‘ser inteligente’ abarca muchísimo más”, me da la razón la psicóloga y psicopedagogía Ana Wilkinson, especialista en didáctica de la matemática y asesora externa de varios colegios. Hace pocas semanas, Wilkinson abordó todos estos temas en la presentación del E3 Cuadriculado Grande de Exito, un cuaderno más grande creado especialmente para la modalidad de enseñanza actual de la Matemática, en la que importa no sólo el resultado sino fundamentalmente cómo el alumno llega a la resolución de los problemas, y por eso los chicos necesitan más espacio para desarrollar los cálculos. Este cuaderno se sumó a la línea de Exito junto con el de caligrafía, también pensado para que los nenes puedan practicar de manera más fácil las letras en cursiva. A propósito de estos lanzamientos y de la difusión de la prueba Aprender, la entrevisté para buscar respuestas a esas dos preguntas: por qué (ahora y siempre) nos cuesta tanto aprender matemática y cómo hacer que sea más fácil.
Según Wilkinson, además del emocional hay otra multiplicidad de factores que hacen que “aparentemente” aprender matemática sea difícil. “Es el área que tiene ‘mala fama’ en la escuela, pero que de a poco se va tratando de modificar este preconcepto. La forma de enseñar matemática, su didáctica, ha tenido grandes modificaciones en los últimos años que facilitan su aprendizaje o, al menos, hace que sea más comprensible lo que realizan los alumnos. Por eso es fundamental que los docentes puedan recibir las capacitaciones pertinentes y arriesgarse a experimentar el enfoque que se propone desde el diseño curricular. Actualmente en la escuela se está socializando más el cómo pensamos y cómo hacemos matemática, los chicos comparten estrategias, construyen otras colectivamente, el saber ‘circula’ y se comparte, y esto está favoreciendo el aprendizaje. De todas maneras, no todos aprenden igual y al mismo tiempo, así como en la adquisición de la lectoescritura los tiempos no son los mismos, en matemática tampoco, y eso es algo que se observa en el aula y hay que poder respetar”, resalta la especialista.
—¿Por qué es importante aprender matemática? ¿Tiene realmente una utilidad práctica o sólo nos estimula el pensamiento abstracto?
—Claramente aprender matemática nos ayuda a aprender a pensar también, estimula el pensamiento y áreas cerebrales que no utilizamos cuando estamos trabajando con otras cosas. La utilidad de la matemática como disciplina está escondida, por decirlo de alguna manera, en otras áreas o ciencias que la utilizan como auxiliar. A veces pareciera que no tiene utilidad, pero es porque no es visible fácilmente, actúa como soporte de otras disciplinas. El trabajo en matemática no implica hacer ejercicios repetitivos sino saber justificar procedimientos y formas de pensar, comparar, contrastar ideas y hacer acuerdos, que hacen que el proceso de aprendizaje implique el desarrollo de muchas otras habilidades, como las metacognitivas, tan importantes para el desarrollo de los alumnos hoy y no observables a simple vista.
—¿Qué se puede hacer, desde pequeños, para mostrarles que esta materia no es un “cuco”?
—Desde pequeños se recomienda jugar con los chicos. A través de actividades lúdicas, por ejemplo con dados y cartas, se favorecen las estrategias de cálculo mental. A veces los padres se sorprenden de cómo los chicos piensan y razonan hoy algunos cálculos. Hay infinidad de propuestas para acercarlos al campo numérico y aditivo desde pequeños. Sin dudas desde el juego no sólo vamos a estar favoreciendo el pensamiento lógico-matemático, sino habilidades que favorecen a la tolerancia a la frustración, el respeto de reglas y el pasar tiempo de calidad con nuestros hijos, tan necesario para su desarrollo integral.
—Los chicos aprenden ahora con métodos muy distintos de los que aprendimos nosotros. ¿Tenemos que ayudarlos cuando no entienden? ¿O dejarlos que resuelvan solos?
—Propongo que primero escuchen a sus hijos, que intenten entender qué saben y cómo están pensando, antes de intervenir directamente. Hacerlos responsables de su propio proceso de aprendizaje es algo que también se trabaja desde casa. Ser auxiliares, andamiajes, no resolverles las cosas, les da muchas más herramientas para el día de mañana que evitar que vayan al colegio con una tarea resuelta con errores. Incentivar a que recurran al docente cuando no entienden algo también es fundamental. Siempre aconsejo a los padres que si no saben cómo intervenir, se abstengan antes que resolverles a sus hijos la tarea, porque ahí nadie está aprendiendo nada. Y, a los docentes, también les recomiendo mandar a casa tareas que sepamos que los niños van a poder resolver por sus propios medios sin tanta intervención del adulto.
Por último, Wilkinson enumera tres consejos básicos para padres que pueden aplicarse a la matemática pero, también, a todas las materias que los chicos deban aprender en la escuela:
- Revisar cuál fue su relación con el área y trabajar que, si no fue positiva, no tiene porqué ser igual en sus hijos. Y si fue buena, su hijo tampoco tiene por qué tener la misma facilidad en el área. El aspecto emocional de la relación con el proceso de aprendizaje es la vía primordial que puede facilitar u obstaculizar este camino.
- Observar e intentar entender cómo piensan nuestros hijos, de qué forma les resulta más fácil apropiarse de los saberes, conocerlos, escucharlos, compartir con ellos, y a partir de ahí, “sentarse” a estudiar con ellos.
- Tener en cuenta que no todos tenemos los mismos tiempos: no apresurarse y saber que del error se aprende mucho más que si alguien lo resuelve por ellos.
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