Ya los vi varias veces, caminando por las calles de mi barrio. No puedo calcular cuántos años tienen, pero son muchos. Están en esa franja etaria en que, realmente, ese dato tampoco importa demasiado. Serán 80 y largos o 90 y cortos, lo concreto es que deben llevar juntos más de medio siglo. O quizás no, se encontraron en la madurez o la vejez, pero mi prejuicio –o la funcionalidad para mi pensamiento—me obstina en decir que ese señor y esa señora han compartido toda una vida.
Así me los imagino cuando me los cruzo a los dos, caminando despacito por la vereda, arrastrando los zapatos. Siempre van agarrados de un brazo, y con el otro cada uno sostiene su bastón. Esa imagen me parece maravillosa, la síntesis perfecta del amor. Apenas pueden tenerse en pie, pero juntos se sostienen.
En estos días en que los mensajes de San Valentín nos bombardean, esta pareja de ancianos me hizo reflexionar sobre la definición del amor. Dicen que el amor no dura más de tres o siete años, según la investigación científica o la película que aborde el tema. Mi amiga Kiwi esbozó hace tiempo una teoría que entonces me parecía maravillosa: hay que casarse de inmediato, al comienzo del amor y no al final, con ese hombre al que una conoció la semana pasada, decía, “cuando todo está aún por delante y no a punto de acabar”.
No estoy tan de acuerdo ahora. ¿Es más fuerte el amor del primer flechazo o el amor sostenido tras una larga convivencia? ¿No es mucho más fácil amar cuando sólo somos dos apenas conociéndonos, que cuando somos dos más los hijos, los padres, los hermanos (y hermanas y cuñados y cuñadas), los amigos, el trabajo, los vecinos, el perro, la hipoteca, los impuestos que pagar? ¿No hay más enamoramiento en volver a elegirnos cuando se peinan canas, las estrías nos recuerdan los embarazos, los kilos de más no se quieren ir y las arrugas empiezan a trazar el nuevo mapa de nuestro rostro?
Recordé la frase que el rey le dice a Anastasia en Cenicienta 3, antes de regalarle el caracol que encontró con la reina cuando se conocieron, y que para él simbolizaba la “fuerza más poderosa”, la del amor verdadero. “La reina también me pisoteaba, pero cómo cuidó mi corazón”. Quizás esa sea la forma de preservar el amor: aprender a cuidar el corazón del otro. Entender que las personas vamos cambiando, que el amor va mutando, y que hay que buscar nuevas formas de encontrarse y de amarse. Ojalá pueda seguir hallándolas y dentro de muchos años caminar por la calle con mi marido, bastoncito en mano, como mis vecinos.
Esta nota se publicó originalmente en Disney Babble Latinoamérica
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