Ayer tuvimos nuestra primera salida de chicas con mi hija. Hasta ahora, habíamos salido juntas un montón de veces al cine, al parque, a caminar cerca del río, a una exposición o de compras, pero siempre en familia o con sus tías, la Nonna o alguna de mis amigas. Pero ayer la ortodoncista no nos atendió y, en vez de pelearme con la recepcionista del centro dental, respiré y encontré, como dice mi madre, “en cada impedimento, una oportunidad”. Teníamos un shopping cerca, así que nos fuimos allí: el varón y el papá estaban en fútbol, así que nadie nos esperaba en casa.
Miramos vidrieras, entramos a los negocios que ella quería y a los que nos gustan a las dos. Pasamos percheros, elegimos, sacamos perchas con vestidos que nos poníamos delante a ver cómo nos quedaban. Paloma descartaba con vehemencia mis elecciones para ella, imponiendo su estilo y su comodidad (“NO-ME-GUSTAN-LOS-PANTALONES-BABUCHA”). Cuestionaba cuando una elección suya no me complacía a mí, sonreía y guiñaba el ojo cuando teníamos una feliz coincidencia (que fueron muchas). Salíamos de un local, con las manos vacías, pero divertidas, y entrábamos en otro, como parte de un juego. Entramos en una tienda de accesorios y nos probamos frente al espejo aros, pulseras, cinturones y moños para el cabello, todo con mucho brillo como nos gusta a las dos. Nos reconocíamos, nos aconsejábamos en el probador, y también nos pudimos permitir el gusto de comprarnos algo. Nos abrazamos, cada una con su bolsa, y les llevamos dulces para “los varones”, como sugirió Paloma.
Terminando la tarde, pasamos por una juguetería que tiene en todos sus locales dos puertas: una estándar para los adultos y una pequeña para sus mini-clientes. Ella entró por la pequeña, y quedó casi atorada. Adentro miró los juegos de ciencia, mientras yo repasaba, no sin nostalgia, todos los otros exhibidores con juguetes didácticos, encastres, peluches y muñecas que hasta no hace tanto elegía para ella. Salimos de la juguetería, nos compramos dos helados –quedaban sólo de frutilla y dulce de leche, justo los que queríamos, ¿un guiño para nosotras?—. Paloma propuso sentarnos en un banco de madera a comerlos. Lo hicimos, y ella se recostó, apoyando su cabeza sobre mi pecho. Miramos nuestro reflejo en el espejo del techo, charlamos y nos quedamos un ratito tomadas de la mano después de terminar los helados. Sentí en ese ratito que el mundo se paraba para mí y para mi hija. “Cuando yo sea viejita, ¿vas a recordar todos estos mimos?”. “Sí –me contestó–, y siempre voy a ser tu bebita”.
Sí, “siempre”, pero también “ya no”. Disfrute ese momento, ese abrazo, y me di cuenta de qué importante es para ellos y nosotros compartir espacios y momentos, por breves o extensos que sean, y encontrar nuevos modos y lugares de relación para escucharlos e ir reconociendo en nuestros hijos a esas personitas que van construyendo su carácter, expresando sus deseos y escribiendo su historia. Fue nuestra primera salida de chicas. Mi nena ya está grande.
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