El embarazo adolescente es un problema serio en toda América Latina. En el estado mexicano de Nueva León, nacen cada año 30.000 bebés de madres menores de 15 años. Y el gobernador Jaime Rodríguez quiso alertar sobre eso con una frase tan poco feliz que desató un escándalo.
El siempre polémico Rodríguez estaba en una charla en la que también habló sobre otros problemas sanitarios y ahí espetó la frase: “Nadie quiere a una niña gorda”. Después de las críticas, quiso arreglar el asunto diciendo que en realidad estaba hablando del embarazo. No hace falta decir que no lo arregló.
Me quedé pensando en la frase de Rodríguez. Porque suponiendo que hablara de embarazo, hacer una analogía con la gordura es burdo y superficial. A las adolescentes hay que hablarles de todo lo que implica tener un hijo a edad temprana, más que hacer hincapié en el aspecto físico.
Y suponiendo que no hablara de embarazo, el asunto es aún más grave. Porque lo dice una autoridad tan importante como un gobernador, y por lo que esa frase connota.
Otro político, el flamante alcalde de la ciudad de Londres, también fue noticia por una decisión que tiene que ver con el cuerpo (en especial el femenino): prohibió en el metro los avisos publicitarios que promuevan una imagen corporal poco saludable. El alcalde, Sadiq Khan, tiene hijas adolescentes y argumentó su medida en que está “extremamente preocupado por ese tipo de publicidad que puede degradar a personas, particularmente a mujeres, y hacerlas sentirse avergonzadas de sus cuerpos. Es hora de poner fin a eso”.
Dos caras de una misma moneda. Y una pregunta que me hago bastante seguido a mí misma: ¿estoy educando de manera correcta a mis hijos respecto de lo que implica la imagen corporal?
La línea en la que tenemos que caminar los padres es fina como el cable de un equilibrista. En una sociedad donde la obesidad es una epidemia, imperiosamente tenemos que criar niños que cuiden su cuerpo. Pero también en una sociedad donde los modelos de belleza están distorsionados y se nos pide tener cuerpos imposibles, debemos fortalecer su autoestima para que no sean víctimas de esos mandatos, con las graves consecuencias para su autoestima y su salud que pueden tener. ¿Entonces? ¿Qué hacemos?
Es mentira que a las niñas gordas no las quiere nadie. La contextura física no define nunca a una persona, ni al modo en que se relaciona con los demás. Es mentira que la delgadez te garantice felicidad, aunque los que encajan en esos parámetros, a veces, sean populares y admirados. No podemos ser ciegas y negar algo que vemos todo el tiempo en diversos entornos.
No sé si mi receta es buena, pero es la única que sé aplicar con mis hijos. En casa hablamos mucho de la necesidad de alimentarnos bien, de hacer actividad física, de mantenernos en un peso adecuado, pero jamás he puesto frente a mis hijos el valor de la estética como el que los mueva a cumplir esos objetivos. Hablamos de que si se alimentan mal pueden tener problemas de salud importantes cuando sean más grandes, y también de que podemos darnos permisos con cosas que nos gustan y que no son tan buenas, pero que son eso, permisos, excepciones y no la regla. Hablamos también sobre qué es ser lindo o linda, y que la belleza no es un valor absoluto. En particular con mi hija, que es más grande (y, admitámoslo, como mujer más expuesta a los mandatos sociales sobre el físico) intento siempre mostrarle qué hermosa es, ella, así, como es.
No me resulta fácil. Creo que la clave es cuidado y aceptación. Aceptarme como soy y quererme, entender que este cuerpo es el envase que voy a llevar toda mi viday por eso tengo que tratarlo del mejor modo posible. Yo aprendí eso, de adulta. Ojalá pueda enseñárselo a mis hijos, y que ellos lo aprendan antes.
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