Un nene, un gorila y un intenso debate


Antes de empezar a escribir estas líneas, debo hacer una confesión que será incorrecta para muchas personas. He llevado a mis hijos más de una vez al zoológico e incluso he ido yo, en algún viaje, a un zoológico o a un acuario, y me he sentido como una niña delante de los pandas durmiendo, las tortugas gigantes de Galápagos o los divertidos pingüinos de Magallanes. La naturaleza, la imponencia y perfección de la naturaleza en su diversidad resulta sin dudas más contundente y fascinante cuando la tienes frente a tus ojos. Y aunque entiendo perfectamente los argumentos de los defensores de los animales al plantear que merecen vivir en el hábitat en el que nacieron, hago mi autocrítica: no puedo evitar quedarme admirada frente a ellos. 
Este es uno de los debates que reinstaló este fin de semana el sacrificio en el zoológico de Cincinnati del gorila Harambe. ¿Por qué sacrificaron a Harambe? Porque un niño de cuatro años se metió en su recinto.
El video de la secuencia dio la vuelta al mundo y realmente te eriza la piel de solo imaginarte en la situación de esos padres. “Mami está acá”, le grita la madre al nene, que está en el agua con el gorila delante. Primero parece que el animal va a protegerlo, incluso lo levanta del agua. Pero frente a los gritos de la gente, Harambe se altera y se lo lleva hacia el interior de su hábitat, fuera de la vista de los adultos. Allí es donde los cuidadores le disparan para rescatar al chico. 
El incidente deja varias preguntas. Primero: ¿cómo un nene se metió en el foso de los gorilas? Según informó la CNN, pasó bajo una baranda, atravesó cables y trepó a un muro para meterse al recinto. ¿Nadie lo vio? ¿Ni sus papás ni el resto del público? ¿Cuán confiables eran las medidas de seguridad del zoológico para que las vulnerara un chico de solo cuatro años?
En las redes sociales piden por la cabeza de los padres. Reclaman que les inicien acciones legales: ya hay una petición online que exige justicia por Harambe que reunió más de 100.000 firmas en cuestión de horas. Los padres no dieron entrevistas, pero la mamá escribió un texto en su perfil de Facebook, en el que agradece a los responsables del zoológico y a Dios por proteger a su hijo, y asegura que lo que sucedió fue un accidente. También se defiende de quienes la criticaron y afirma que todo el tiempo controla a sus hijos. 
Con los hijos, la fantasía del control paterno total es eso: una fantasía. Estoy segura de que nadie que tenga chicos podrá decir que nunca, jamás, se escaparon de su control. Yo me considero una obsesiva y, por ejemplo, en cinco segundos, perdí de vista a mi hijo en una plaza y, les juro, lo que siguió fueron los peores minutos de mi vida.
También en las redes sociales cuestionan a las autoridades del zoológico por no recurrir a otras estrategias que evitaran la muerte del gorila, que pertenecía a una rara especie y tenía 17 años. Los gorilas, recordemos, son animales en peligro de extinción. El director del zoológico aseguró que tirarle un dardo tranquilizante habría sido contraproducente, porque el primate se habría alterado más y porque el efecto de estos fármacos no es inmediato. Se mostró muy compungido por la muerte de Harambe, pero aseguró que la disyuntiva en la que estaban era difícil y que no dudaron al optar: era la vida del gorila o la del niño que podía morir. 
El episodio recuerda a otro histórico que ocurrió hace 30 años en un zoológico británico: un nene de cinco años cayó en el foso de los gorilas y Jambo, también un macho, lo protegió y se convirtió en un héroe. Los que cuestionan a las autoridades de Cincinnati dicen que deberían haber persuadido a Harambe para poder recuperar al niño. Los que las defienden dicen que esta situación era diferente porque aquel chico estaba inconsciente. 
Está claro que la decisión de matar al gorila no es agradable ni gratuita. Pero les planteo a los que la critican el siguiente ejercicio: proyecten estar ustedes en el lugar de los padres mientras uno de sus hijos está en un foso, a metros de allí, rodeado de agua y con un animal de 180 kilos delante. Me responderán que ellos no habrían ido con su hijo a un zoológico. OK: hagan otro ejercicio. Proyecten a uno de sus hijos en una situación de riesgo real en el contexto que sea. ¿De qué serían capaces ustedes para pulverizar ese riesgo? Y en este mismo sentido, me pongo en el lugar de las autoridades del zoológico. ¿De qué estaríamos hablando ahora si hubieran tomado otra medida y gorila hubiera lastimado al niño?
Podemos debatir sobre los animales en cautiverio, la utilidad que tienen hoy los zoológicos, el replantearnos si un animal merece estar fuera de su hábitat para que los humanos podamos apreciarlo o si no contamos hoy con los suficientes medios tecnológicos para aprender cómo es un león viendo un documental filmado en la sabana más que teniendo al bicho entre rejas. Es una discusión que ya se está dando y que seguramente llevará mucho tiempo hasta que se cambien los paradigmas como sucedió, por ejemplo, con los circos (antes todos tenían animales). Pero el debate que se plantea aquí entre la vida de un niño y la vida de un gorila es, realmente, sin sentido.

Esta nota se publicó originalmente en Disney Babble Latinoamérica. 

Adriana Santagati

Soy periodista desde hace 20 años y mamá desde hace 10. Edito en Clarín Sociedad, soy blogger en Disney Babble y escribo en Ciudad Nueva. En este blog recopilo noticias, consejos, experiencias y reflexiones sobre todo lo que nos atraviesa en nuestra vida cotidiana (y en especial en la maternidad/paternidad).

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