Cada vez que se acerca una fecha especial, empiezan a abrumarnos con las campañas publicitarias para que hijos (y maridos) recuerden cómo deben agasajarnos. Entonces, me puse a pensar, a diez años de que mi primer test de embarazo diera positivo, sobre qué había aprendido en todo este tiempo. O, mejor dicho, qué me enseñó la maternidad.
- Aprendí que el dolor de otro se puede sentir en las entrañas, más fuerte que tu propio dolor, y también que su alegría te hace reír el alma.
- Aprendí que tengo capacidades que me eran absolutamente desconocidas, como niveles de paciencia que se elevan al infinito. A veces, cuando parece que vas a explotar… sacás un resto que tenías guardado, contás hasta 10 y seguís hacia adelante.
- Aprendí, como me dijo una mamá del jardín, que los hijos son la horma de tus zapatos: siempre van a plantear un nuevo desafío y a confrontarte con tus propios esquemas. Los hijos te enseñan algo nuevo cada día: la maternidad es un aprendizaje de por vida.
- Aprendí a respetar las diferencias. Dos hijos son dos universos completamente distintos. En mi relación con cada uno de ellos, aprendí a identificar características, preferencias, potencialidades y dificultades para guiarlos en el camino.
- Aprendí a vencer mis miedos. Mamá tiene que ser capaz de derrotar a los monstruos que se esconden bajo la cama y a las arañitas que trepan por la pared.
- Aprendí a construir nuevos vínculos. Los hijos nos abren otro mundo con sus propias relaciones y cuando creés que tenés completo tu carnet de amigos, te descubrís compartiendo secretos con la mamá de uno de sus compañeros del colegio en una nueva amistad inquebrantable.
- Aprendí a valorar como nunca antes el poder del contacto físico. Tus brazos pueden calmar a tu bebé que llora, pero cuando él te tira los suyos y te rodea el cuello con sus manitos, todo lo malo del día se disipa.
- Aprendí a resolver desde problemas simples, como sacar el cepillo de dientes que cae siempre en el hueco entre la pared y un mueble que no se puede mover, hasta problemas complejos que involucran emocionalmente a mis hijos.
- Aprendí a organizarme. Es cierto que ser madre requiere habilidades gerenciales. Hay que distribuir el tiempo y los recursos, planificar, prever, trazar recorridos… soy el CEO de mi pequeña empresa familiar.
- Aprendí a siempre tener una respuesta o a comprometerme a tenerla. Vale un “no lo sé, pero te lo averiguo” o un “déjamelo pensar”, pero sabiendo que ellos esperan una devolución de nuestra parte.
- Aprendí a comerme las lágrimas o las ganas de golpear una pared cuando las cosas les salen mal y, en cambio, secarles las suyas y buscar una palabra de aliento.
- Aprendí a dejarme sorprender. Porque de eso, básicamente, se trata esta hermosa aventura de ser madre.
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